Aunque todo sea presunto, está claro que hubo una generación de políticos que, llevados de la mano de Aznar, fueron la élite de este país. Era una generación de hombres entrenados en la mili, educados en colegios de paga, de mucha paga. Eran los pijos de la Transición, cuyos vástagos bailaron con las canciones de Hombres G.
Eran hombres que nunca fueron rebeldes, porque la rebeldía huele a sudor y te despeina. Aquellos hombres de Aznar eran velludos y con buen color de cara, a punto de enfermar de gota. Eran los hijos del rigor, del orden, de las reválidas en la que se preguntaban los tiempos verbales y los límites de España (cosa que me parece muy bien).
Pero, en aquella perfección moral, de traje oscuro y solapa recta, de catecismo con lomo dorado y rosario en la mano para la foto de la primera comunión, había demasiada sobriedad, un ansia contenida a punto de desbaratar tanta rectitud, esa manera de mirar la vida, gris, insustancial, machista, que se convirtió miserablemente en la concha de la Bernarda. Sucedió que los curas fracasaron y también las reválidas, y tanta misa, porque aquellos hijos de papá vieron que el dinero puede más que el amor, aunque estuviera puesto en boca de San Pablo.
Por esa razón, yo me quedo con la generación que trajo la ruta del bakalao y Gandía Shore. Ylenia es ahora su máxima exponente, porque, detrás de las chonis y los papichulos, no hay otra cosa que ariete en lengua, celo en vena y el lenguaje de la niña del exorcista. Mucho exceso en aseos y aparcamientos de after para olvidar que morirán solos y envejecerán como sus padres, sonámbulos y tristes porque las letras de Camela eran mentira.
Gandía Shore nos descubrió que existe una juventud que tiene por lema ser mamífero antes que ciudadano y eso a mí me vale más que la Generación de Rato, porque el perreo siempre es puro, va de cara y no piensa en los límites de España ni en los tiempos verbales. Tengo claro que el fornicio en televisión y ser portada de Interviú son aspiraciones legítimas, las más decentes, ahora que veo como Bárcenas, pese a lo que tiene encima, conserva el pelo, y Rajoy, y Aznar, qué envidia. Bueno, Rato, no. Qué fallo.
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