sábado, 10 de octubre de 2015

Jean-Marie Le Pen, suspendido de su partido por ironizar con las cámaras de gas

Jean-Marie Le Pen.

  Leo en El País que Jean-Marie Le Pen, de 86 años, fundador y presidente de honor del Frente Nacional, ha sido suspendido por su propia hija, la heredera del partido, Marine Le Pen. No era la primera vez que, a lo largo de su vida política, Jean-Marie, había hecho comentarios antisemitas y, hace un mes, declaró que las cámaras de gas fueron un "detalle" dentro de la historia de la II Guerra Mundial.

  Me asusta la frivolización del asunto, esa perversa ironía sobre una herencia del mal que ha estigmatizado a judíos y a alemanes de por vida, pero lo que me parece terrible de verdad es que se formulen este tipo de comentarios con el fin de herir exclusivamente a la comunidad judía, como si yo mismo no fuese también víctima de esas sandeces.

  Lo que me sobrecogió del documental de nueve horas, de Claude Lanzmann,Shoah, no fueron los testimonios de los judíos que sobrevivieron a los campos, sino que fuesen los testimonios de unos hombres como mis padres o mis abuelos.

  El Holocausto se relativiza cuando se define como mecanismo de exterminio judío. El Holocausto y las cámaras de gas revelaron de lo que es capaz de fabricar un ser humano contra su propia especie dentro de un país desarrollado. Lo que caracteriza a las cámaras de gas por encima de otros acontecimientos de la II Guerra Mundial es que, por primera vez, se diseñó con antelación un laboratorio sistémico de destrucción en cadena y en masa. Esa antelación y ese mecanicismo son los que hacen al nazismo tan despreciable y, como explica la filósofa Hannah Arendt, en ese exterminio participó además todo un funcionariado estúpido, ignorante, vacío de empatía y de habilidad reflexiva para reconocer qué estaban haciendo y en qué se estaban convirtiendo.

  El Holocausto y ese "detalle" de la historia, que son las cámaras de gas, son propiedad de lo humano por mucho que nos cueste admitirlo. Quienes murieron allí no fueron víctimas de bombardeos terribles o de armas bacteriológicas. Quienes murieron allí fueron víctimas de un planteamiento técnico, previsto con la suficiente antelación para que su finalidad higiénica fuera lo más efectiva posible; un planteamiento técnico que fue justificado desde aspectos biológicos y desde enfoques filosóficos. A quienes gasearon eran seres humanos, además de judíos.

  Porque lo tengo muy claro: lo que distingue a las víctimas de los campos de exterminio frente a otras es que una cosa es asesinar y otra cosa es fabricar cadáveres. Y eso es lo que no soporto del nazismo, que fabricara cadáveres, que los muertos de estos campos no fueran resultado de represalias, de ataques aéreos, de fusilamientos, de metralla de trinchera. Lo que debemos reconocer de una vez es que hubo hombres, capaces de aniquilar a otros, creyendo que su trabajo no se diferenciaba apenas de un trabajo de oficina.

  Lo que no quiere entender Jean- Marie Le Pen es que el exterminio no fue un mecanismo de actuación política contra una etnia, como defienden tantos ultraconservadores, sino que es sobre todo la evidencia de la sordidez y del envilecimiento que un hombre encierra en su imaginario. Lo que no admite Le Pen es que hay un sentimiento incubado de autodestrucción en Europa que permite todavía relativizar el alcance de aquella estética del mal, porque no se trataba solamente de asesinar, sino de asesinar técnicamente, con una burocracia infinita, para que la víctima tuviera la indignidad de desaparecer silenciosamente.

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