No quiero que me alejéis de la realidad, pues vuestras formas varicosas aún no han emergido. El gimnasio os sienta bien y en las noches, en las que el batido de proteínas aligera vuestros intestinos, recuerdo el asombro azul sobre el que escribió Auden. En Nueva York mueren los cormoranes por envenenamiento y el cadáver de un gato se pasea por Blue´s Yard, mientras aumenta el número de inversores en muñecas hinchables y en parques otoñales.
Lisa Ann y Puma Swede desaparecen de la mano por los parques inquietos, bajo el sueño distante de otra mujer que gusta del consolador grácil. Mientras las peluqueras esconden un revólver bajo sus extensiones, los atracadores posan para revistas de mariposas y difuntos. El estiércol no existe, ni las niñas con coleta leyendo en los taburetes "Que vienen los monstruos", ni el tiempo de las ciruelas, ni esa estrella porno que, habiéndose retirado, escribe sus memorias para no olvidarse a sí misma.
Las cintas de VHS caducan muy deprisa.
Lisa Ann y Puma Swede van de la mano y las noches se acortan mientras la música de Miles resurge de sus bocas antes de besarse; bocas psicodélicas, nenúfar de la absenta, mirada del dios cerdo que duerme entre tulipanes. Lechosa claridad bajo la lluvia amarilla que parpadea incansable cuando las amantes giran su cabeza y me miran, temerosas de que deje de escribir.
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