sábado, 10 de octubre de 2015

Padres y madres que chismorrean sobre las maestras a la puerta del colegio



  No es la primera vez que me sucede. Al pasar por cualquier cole en hora punta, encuentro a grupos de madres y padres discutiendo sobre la marcha de la educación de su prole. Como si se tratase de un aquelarre, proponen, discuten, corrigen y zahieren a las maestras por los métodos que aplican en la clase de sus hijos. Porque de la educación opina todo el mundo en este país. Hasta los políticos.

  Lo que observo con cautela es ese estrés que tanto estimula a estos círculos espontáneos cuando descubren que en tercero C ya han acabado el tema 4 de Conocimiento del Medio y en Tercero A aún van por el tema 2. Lo que observo con cautela es que lo importante no es la educación en sí o la formación cívica, o el valioso hecho de que niños pequeños disfruten aprendiendo aspectos sobre los animales o el ciclo del agua.

  No. Lo tremendo. Lo que exaspera a estos padres es que sus hijos no acaben el libro de texto. Con el dinero que ha costado. Y no les falta razón. Porque los ministros y las administraciones desean que los padres y los hijos de esos padres consuman libros de texto, y cuadernos de ortografía, y manuales de repaso, y libros de vacaciones. El aprendizaje por diversas metodologías es lo de menos. Lo que demuestra para muchos adultos que la educación funciona es que los libros de texto, infumables y carísimos, sean digeridos por sus vástagos y que los deberes sean impracticables. Lo que demuestra que el alumno está bien preparado es que tenga tres o cuatro exámenes a la semana y que esas maestras, presionadas por las AMPAS y por el entono mediático y social, terminen además, mandando el día antes de un examen, deberes de mates y el mural sobre tu personaje histórico favorito.

  Porque la educación en España está hecha para consumir libros de texto, en papel y en tablet, para crear burócratas de actividades inacabables, con apartados y subapartados, lejos de esa creatividad sencilla y venerable de mi maestro Don Vicente, que me mandaba crear historias e inventar mundos sobre los que ahora escribo con humilde complacencia.

  La letra con sangre entra. No. La letra con dinero entra. Y es lo que propone la Administración y el lobby de las editoriales, y el ejercicio ejemplar de colegios privados donde los niños de párvulos también cargan con el peso de las mochilas, con el desgaste emocional de esos padres y madres que esperan a la puerta con ansia de leer las agendas y comprobar gustosamente que sus hijos, otra tarde más, están condenados a no aprender nada, salvo que la tortura de los deberes hasta altas horas de la madrugada nos hace eso...¿cómo decirlo? más gilipollas.

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