Me quedo extasiado. Pensaba que lo había visto todo en Brazzers y en algunas pelis de Peter North allá por los noventa. El lenguaje de la imagen es tan sibilino que cualquier anuncio de productos fitness para adelgazar y ponerte cachas pasa por modelos erotizados de treinteañeras, tipo MILF, que evocan mitos sexuales tales como la pornochacha; madonnas siliconadas que, cuando promocionan las virtudes de esas máquinas más propias de las torturas del Medievo, uno no puede quitar el ojo de sus cuerpos hiperbólicos que, sudorosos, trabajan, sospechosamente acompasados, sobre sus potros y bancadas de fálico diseño. Me encanta que sonrían siempre, pese al calentamiento global y la amenaza militar de Corea del Norte.
Lo mejor de todo son los presentadores. Con sonrisa Profident y facciones de muñeco Marvel se enceran las abdominales para describir el producto con tanga paquetero y bikini push up. Una maravilla. Como cualquier actuación memorable de Jenna Jameson en sus dorados años del porno en VHS.
La pornografía es denigrante, pero es sincera. En estos anuncios televisivos, no hay sinceridad, sino frivolidad y eso es mucho más dañino, porque la intención es sacarte los cuartos jugando a ser stripper y gigoló a lo Baywatch, a lo Melrose Place, a lo Hannah Montana, a lo Disney, a lo One direction. Nada que ver con los tipos y las tipas de carne y hueso que caerán en la trampa, porque el insomnio debilita las neuronas más insumisas y porque, especialmente ellos, fofisanos y nostálgicos, esperan que, en algún momento, esas esculturas de quirófano con carita de Taylor Swift digan de montar un trío, de sumergirse en la pegajosa y previsible trama de los edredoning para que el macho alfa, hundido en el sofá mientras los grillos suenan, aprenda nuevas manualidades, y no precisamente de las que hacía yo en la escuela con el jabón Lagarto.
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