Nadie se atreve. Ni siquiera los profesores. No podemos confesar a nuestros alumnos de quince y dieciséis años que su futuro está abocado al fracaso más estrepitoso. Que vivirán peor que sus padres, que trabajarán poco y mal para no conseguir nada de aquello que lograron pagar con "letras" y "préstamos" muchos de sus progenitores.
Leo en El Confidencial a Roberto Centeno y las cifras de endeudamiento en este país no son asumibles. La debacle tardará más o menos, pero acabará produciéndose, porque las Autonomías y sus jurásicas administraciones son insostenibles para un país que depende exclusivamente del sector terciario. A Roberto Centeno, un compañero de trabajo lo califica de Doctor Muerte, pero este economista se equivoca poco o nada según vamos revisando sus artículos estos últimos años. Y, en sus textos, pone en evidencia que votar al bipartidismo es tomar la cicuta y darla a tomar a nuestros nietos, que las cifras son las cifras y nada quedará en pie cuando, desde Bruselas, exijan que hay que tocar las pensiones y las cartillas bancarias.
Lo peor de todo es la actitud hipócrita de los partidos frente a la sinceridad de muchos estudiantes que saben que ese pacto tácito, que vinculaba excelencia a vivir holgadamente, se ha roto. Porque lo peor es que Podemos reivindica la dignidad laboral de nuestros jóvenes y el PP compromete su éxito electoral a los minijobs, pero ninguno de los líderes se atreve a declarar que todo está perdido, que los jóvenes no van a tener las mismas oportunidades que las generaciones de los ochenta, porque la deuda contraída por los ayuntamientos hay que devolverla, porque no hay sectores punteros ni investigaciones en marcha que puedan parar la cuenta atrás.
¿Lo peor está por llegar? No. Ha llegado para quedarse y para ser embalsamado. Porque nadie tiene los huevos ni los redaños para salir en televisión y declarar abiertamente que la precarización del empleo es consecuencia de los mastodónticos privilegios de unos partidos que han inflado las instituciones públicas con su séquito de fieles. Que la precarización del empleo es consecuencia del aumento de impuestos a los empresarios, de la inflación de universidades privadas que dan miles de títulos como churros cada trimestre, de que el caos existe como factor social en la historia del ser humano y conduce al colapso cultural.
Nadie se atreve a decirle a nuestros jóvenes que, por mucho que se preparen o estudien, no habrá nada, nada de nada, más allá de doblar camisetas y de colocarte un traje de tortuga Ninja en una feria. No hay huevos a decir las cosas. Ni siquiera yo, que miro a mis hijos y un pinchazo en el perineo me estremece.
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