miércoles, 28 de octubre de 2015

Momentos de vida y la visita de unos ágiles pensamientos



   Momentos de vida, de Virginia Woolf, me sigue pareciendo una obra paradójica; algo, sin embargo, previsible en la sinfonía narrativa de la escritora. Retazos biográficos que juegan a la ficción y a la descripción de una vida sencilla y monacal donde, sin embargo, palpita el sombrío pensamiento que se convierte en obsesivo hasta la destrucción de quien lo sufre. Nada se puede esperar de una escritura basada en la incertidumbre que esa lenta aniquilación que la Woolf procura, deshilvanando un discurso que, ordenado, no tendría la impaciencia y la desazón de lo que se vive con intensidad y se ama con sutil desesperación.

   Su autobiografía es un fingimiento, una inmersión en el orden natural de los acontecimientos, un dejarse llevar por la razón y las costumbres, aún reconociéndose que algo se marchita gravemente, una enfermedad propia de los que aman la existencia desde la resignación y el coraje. Nuevamente, celebro su lectura, aunque no pueda dejar de buscarle algún sentido hermoso a su anunciado suicidio: "No me corresponde a mí; no soy la mayor entre todos los presentes. No soy yo quien ha vivido con más intensidad, ni quien tiene más recuerdos. Maynard, Desmond, Clive y Leonard llevan todos vidas muy activas, todos tratan constantemente a los grandes personajes, todos influyen sin cesar, de una manera u otra, en el curso de la historia. A ellos corresponde abrir las puertas de las casas en que guardan sus tesoros y poner ante nosotros esos objetos dorados y esplendorosos que en ellas reposan".

(Fragmento en cursiva perteneciente a la traducción de Andrés Bosch, en Debolsillo, 2009).

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