miércoles, 28 de octubre de 2015

Nikki Benz y la mirada perniociosa de las muñecas hinchables de Rydon Avenue



   Empezaste poniéndome el bozal y yo quería el collar de perro. Bajo las nubes imantadas, los alces rezaban su particular oración de vegetales y raíces. En la ciudad de San Francisco, los cañones de las pistolas aún estaban calientes. Los que sobrevivieron añoraban ir al bosque y yo, que quise ponerme el collar para desfilar delante del Gigante demográfico, fui raptado por tu manera de mirar el mundo, la manera perniciosa con la que miran las muñecas hinchables de Rydom Avenue.

   Qué tristeza me embarga, sobre todo cuando imagino que, con Nikki Benz, podía estar conversando de filosofía hasta altas horas de madrugada, mientras, en algún recóndito lugar, las pinturas rupestres se desvelan ante unos ojos descarados.

   Otras veces, cuando la dosis es menos intensa y soy capaz de mirar más allá del piercing que refulge en el vientre de Nikki, me convenzo a mí mismo de que las moscas que forman el círculo alrededor de la silla son los auténticos emisarios. Emisarios del Gigante demográfico que revelan que, más allá de la esencia de la vida, la muerte es un poco más atrayente que la última escena de Taxi Driver, que las mujeres con silicona también tienen derecho a arrepentirse y a ponerme el bozal que tanto me excita, como un oxímoron perfecto.

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