Ahora tiene película. Se titula "B" y está dirigida por David Ilundain. Bárcenas ya es una marca que va más allá del PP. Aunque aún sea presunto de no sé cuántos cargos, su palabra y obra pertenecen a esa mitología del mal que tanto gusta al cinéfilo y al literato. La cinta lo ha convertido en personaje de ficción, en aventura quijotesca, en émulo de un padrino, cuya estética es una mezcla de Julio Iglesias y Julián Muñoz.
Bárcenas es más que Rajoy y Aguirre, porque una película te convierte en un hombre imborrable para los tiempos futuros donde las cúpulas de los partidos habrán caído. Bárcenas será un clásico como esos personajes decadentes y arrebatados de Los santos Inocentes que las hemerotecas conservan con recelo y talco. Bárcenas es la antítesis de Torrente, claro está, y eso le da más categoría, porque hay un halo misterioso en ese aura de gangster que desprende cuando mira fijamente a la cámara, en su mala leche de voz de director de colegio de paga allá por los setenta.
Bárcenas se proyecta. Su horma aumenta y ahora su tenebroso ser, su mirada de Medusa y su postura de madurito que supera la adversidad de los años, vistiendo con trajes de sastre y esquiando como mi vecino del quinto que vendió dos cocheras y un bajo a un paquistaní para que pusiera una frutería, pueden dilapidar algunas aspiraciones triunfales dentro del PP. Precisamente ahora, cuando llegan las elecciones, cuando el cine se descarga y cómodamante se puede ver en la parada del bus, mientras algunos jovenzuelos que no se han sacado la ESO empapelan la cristalera de un Bankia.
Me gusta España.
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