Álex García, Manuela Vellés y Darío Facal |
Hay dos maneras de adentrarse en el teatro clásico; o seguir fielmente los patrones tradicionales de una representación realista, lo más fidedigna posible a la cultura de la época, o recurrir a la transgresión formal de la escenificación, sin alterar la capacidad persuasiva e ilustrativa de la palabra. Nos movemos en el segundo de los casos cuando Darío Facal presenta El burlador de Sevilla en el Teatro Español.
Si tenemos que ser puristas obligatoriamente en nuestro juicio sobre
las obras clásicas, no podremos avanzar jamás en el desarrollo de otras
maneras de percibir la experiencia teatral , y en esto parece que siguen
algunos críticos, quienes consideran un malogrado atrevimiento esta
puesta en escena.
Pero yo no lo veo así, porque todo lo que se arriesgue a propósito de
un texto clásico me parece poco en estos tiempos donde los lenguajes se
volatilizan y en los que la multiplicidad de códigos comunicativos
exige otras formas de relacionarnos socialmente, y ya no digamos si nos
referimos a hacer teatro. Creo que la innovación y el riesgo son las
formas más dignas de reivindicación del pasado.
La
versión de Darío Facal se distingue por hacer visible en el escenario
todos los recursos y mecanismos que suelen estar ocultos en cualquier
función ordinaria; micrófonos, altavoces, calentamiento de los actores,
cambios de vestuario, división de actos y escenas. Este efecto nos
coloca en una versión metatextual de la obra de Tirso y, aunque en algún
momento parece confusa esa heterodoxia de planos y sutilezas, el texto
sobrevive y el donjuanismo no se pierde.
Lo que podría ser una babel de lenguajes está bien resuelto con una
intrigante combinación de efectos visuales que no dejan indiferente a
quien conoce el argumento de esta obra. Lo que propone Facal no es
descubrirnos al Tirso de El Burlador, sino las posibilidades interpretativas y metacomunicativas que el texto ha adquirido con el paso del tiempo.
La obra se convierte en pre-texto, texto y contexto en el que las
omisiones, las elipsis, los monólogos, las danzas y las acotaciones
tienen un mayor alcance connotativo para el que asiste a la
representación. El voyeurismo y el extrañamiento a través de carteles,
música y gráficos refuerzan, por ejemplo, las posibilidades semánticas
de las interpretaciones de Manuela Vellés y Marta Nieto. Seguramente
esta versión peca de incluir demasiadas referencias plásticas y visuales
en una obra que parece más elemental en su origen de lo que muchos
quieren ver a través de sus tópicos fundacionales del Don Juan. No
obstante, ese afán de enriquecer y matizar no es malo en el caso de la
lectura que ha hecho Facal y de hecho los actores la asumen con
seguridad, especialmente Álex García como el noble Don Juan.
Los referentes de Valle-Inclán, Buñuel o Hal Hartley se acoplan en
esta particular visión del clásico, logrando otra mirada más artificiosa
a la vez que fúnebre de un mito que la compañía representa con
eficacia, desafiando la lectura unívoca del espectador ante los textos
del Barroco. Merece la pena comprobar tal experiencia.
Enhorabuena a todos los actores y al equipo técnico por este
atrevimiento que nos permite seguir escribiendo, para bien o para mal,
sobre el teatro. Voluntad de dioses y calvario de los hombres, que diría
un amigo muy mío.
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