sábado, 10 de octubre de 2015

Chonis y pseudochonis: poligoneras que traicionan sus principios por la tele



  No son chonis. Las que salen en la tele no se parecen a esas muchachas, cuya apariencia triste, melancólica, pese al push up de su lencería, tiene un aura decadente y poética. Como se trata de vender, hay demasiadas pseudochonis ahora en televisión, porque lo choni, las chonis, son un prototipo erótico que se mueve entre lo cyber, lo porn y lo obrero.

  Pero ese atractivo que tiene la apariencia por la apariencia lo ha absorbido Telecinco para crear sus particulares divertimentos y las pseudochonis se convierten en esos personajes afamados que salen en toda clase de realities y en los realities de los realities. Y esos personajes ya no son las amazonas del extrarradio que yo he conocido cada verano en la playa. Ni las musas de Bukowski.

  Las chonis no se suben a las tarimas ni a las barras de las discotecas a hacer bolos. No. Las chonis habitan el parquin de la discoteca y beben calimocho hasta llegar al after con esos rostros difusos en los que el maquillaje del todo a cien hace estragos y el acné se hace visible. Así que la dancing queen del viernes por la noche se convierte en la reina zombi de Walking Dead.

  Y me encanta.

  Las chonis no deben salir en Telecinco, porque la choni pertenece a la clase obrera, a las profundas raíces de Vallecas y a una Valencia que vivió los últimos años del felipismo bajo la alargada sombra de Chimo Bayo. En Telecinco, lo que hay son pseudochonis, hijas de papá que quieren ser vulgares para el postureo, para forrarse en portadas de Interviú después de perrear unos meses en Mujeres, hombres y viceversa.

  La choni es una filosofía de vida más profunda, una tribu adicta al whisky DYC y al rímmel de KIKO, que necesita olvidar su mierda de entorno sobre tacones de aguja, que tapa las manchas de humedad con ese póster eterno de Alejandro Sanz. La choni ama a Belén Esteban y huye de Gucci.

  En otra vida, quiero ser choni para saber que hay algo oscuro y profundo en ser inocente hasta lo insultante, en vocear "puta" después de cada verbo, en amar a esos chicos que trabajan sin descanso hasta los sábados por la mañana con el fin de ahorrar para esa moto infernal que ni Mad Max soñaría. Amén.

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