miércoles, 28 de octubre de 2015

El restaurante Yakitoro, de Alberto Chicote

Y una camarera que se llama Alba




  De repente, en plena Gran Vía, te encuentras un Aokigahara, la reproducción minimalista de un bosque japonés que la marca Chicote ha logrado enhebrar haciendo visible la cocina de pinchos y ensaladas en el centro de su propio establecimiento. Lo que más llama la atención es que hay concepto, ganas de gustar y de transmitir algo más que sabor.

  En el Yakitoro, no hay estafa, no hay experimentos con gaseosa, no se paga por los escenarios, ni te sirven un flan para siete. Aunque pueda a sonar a topicazo, Chicote equilibra perfectamente la diversión, la estética y un crisol de sabores deliciosos, misceláneos, con una tendencia eminentemente orientalizante, pero que todo suena a nuestra cultura: costillas, bocadillos, pinchos, ensaladas, arroces.

  La decoración del restaurante es un tributo al bosque, a la madera y, por consiguiente, también a la pureza de los alimentos, a su crudeza, a su esencia, al carbón; por esa razón, se observa que, en los platos, hay un primer elemento básico, fundamental, que luego el maestro transforma ligeramente con la brasa y todo tipo de aromas inescrutables, logrando una exquisita disonancia donde prevalece la carne o el pescado sobre todo lo demás. No hay otro fin que dotar al producto base de diversas connotaciones que uno recuerda después de las horas.
 
  El precio es asequible y el personal atiende con diligencia y amabilidad, especialmente, una camarera llamada Alba, de ojos claros y espigada, nerviosa y sincera a la hora de aconsejarte. Para el Yokitoro, no olvides una buena compañía, pues, como asegura Cameron Diaz, en una entrevista de Cosmopolitan, no estamos para perder el tiempo en cenas y compañías insulsas, nada estimulantes. Enhorabuena, Alberto, y larga vida al Yakitoro. Repetiremos.

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