sábado, 10 de octubre de 2015

¿Son los programas de cocina otra forma de hacer telebasura en España?



  Que hay un giro en su enfoque está claro. Que, para ganar audiencia, los jueces de Masterchef y Chicote se han puesto más bordes es evidente. Lo malo es que transmiten con sus comportamientos un modelo de disciplina basado en la humillación y en una forma de frivolizar continuamente con los platos que los concursantes muestran.

  A Chicote se le escapan insultos y su mano férrea pone en evidencia los fracasos sentimentales y la podredumbre de vida que llevan algunos empresarios en este país. No voy a entrar en la repetición del esquema que resulta ya cansino, pero, si queremos audiencia, debemos forzar la máquina. Y a Jordi Cruz y al Pepe se les va la olla y han convertido sus sabias enseñanzas en una mala uva que, si cualquier docente la ejerciera en el aula, le lloverían denuncias hasta después de muerto.

  Masterchef y Pesadilla en la cocina son modelos autoritarios de una forma de enseñar que genera audiencia porque roza lo agresivo, lo vejatorio y deja que lo morboso sustituya a unas buenas lecciones sobre gastronomía. Una pena, pero aquí manda la publicidad y las cifras de espectadores. El drama de fondo es que su forma de juzgar y de solventar los problemas a través del escarnio y la mofa no llevan a nada, no son modelos educativos de nada, solamente es televisión, televisión basada en la premura de ganar dinero cuanto antes, aunque tengan que ridiculizar a todo aquel que suba al patíbulo o vestir camisas de flores con las que mi padre limpiaba los cristales del coche todos los sábados.

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