Que hay un giro en su enfoque está claro. Que, para ganar audiencia, los jueces de Masterchef y Chicote se han puesto más bordes es evidente. Lo malo es que transmiten con sus comportamientos un modelo de disciplina basado en la humillación y en una forma de frivolizar continuamente con los platos que los concursantes muestran.
A Chicote se le escapan insultos y su mano férrea pone en evidencia los fracasos sentimentales y la podredumbre de vida que llevan algunos empresarios en este país. No voy a entrar en la repetición del esquema que resulta ya cansino, pero, si queremos audiencia, debemos forzar la máquina. Y a Jordi Cruz y al Pepe se les va la olla y han convertido sus sabias enseñanzas en una mala uva que, si cualquier docente la ejerciera en el aula, le lloverían denuncias hasta después de muerto.
Masterchef y Pesadilla en la cocina son modelos autoritarios de una forma de enseñar que genera audiencia porque roza lo agresivo, lo vejatorio y deja que lo morboso sustituya a unas buenas lecciones sobre gastronomía. Una pena, pero aquí manda la publicidad y las cifras de espectadores. El drama de fondo es que su forma de juzgar y de solventar los problemas a través del escarnio y la mofa no llevan a nada, no son modelos educativos de nada, solamente es televisión, televisión basada en la premura de ganar dinero cuanto antes, aunque tengan que ridiculizar a todo aquel que suba al patíbulo o vestir camisas de flores con las que mi padre limpiaba los cristales del coche todos los sábados.
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