Lo que más me gusta de mi escritura es que a veces puedo glosar la apariencia venusiana de actrices y cantantes sin que las conozca verdaderamente. No sé con certeza quién es Silvina Magari, salvo por Facebook, por escucharla junto a Cárdenas a través del soniquete de mi transistor, por alguna canción que me llega de Dios sabe dónde. Pero son esos selfies y posados espontáneos que, sin mostrar nada indecoroso, la Magari cuelga en su muro los que me alegran el día. No hay nada excesivamente erótico en su manera de mostrarse, pero es su imaginería de santa del Todocien, de chica Almódovar que sigue encerrada en el ático de Mujeres al borde... lo que me hace clickear un Me gusta.
Silvina Magari tiene ese aroma decadente y salvaje de actrices italianas inolvidables y un aire de posmodernidad que hubiera servido de musa tanto a Warhol como a una campaña publicitaria de tomate frito Orlando. Unos labios provechosos y suculentos o de vez en cuando un escote pronunciado como esas madonnas y Santas Magdalenas renacentistas, destacan sobre el óvalo de su cara, empañado con un dulce velo de gasa blanca que una luz suavemente empolva. Son esos rasgos los que me permiten soñarla, imaginarla en tantos escenarios del burlesque, en la opereta o en un musical de Grease. Silvina Magari podrá ser la novia de Superman, o Silvina Mangano en Arroz amargo o la pupila aventajada de Dolly Parton. ¿Qué más?. Ya basta. Que siga la Magari completando su hermoso cuaderno de bitácora en facebook, con sus fotografías a lo Annie Leibovitz. Silvina, oh Sivina, híbrida entre la Venus de Botticelli y mi encantadora Luisa, que siempre luce una sonrisa cuando me cobra las ofertas y los tres por dos en mi incólume Mercadona.
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