miércoles, 28 de octubre de 2015

Enfermeras y camillas, y el dios de la silicona, y el mundo que ya no gira



   Se acabó la música de Brahms y el coraje de los pelícanos fue meramente una ilusión puesta en tu boca de goma. Las palanganas cayeron al suelo después de vuestra exhibición. El mundo dejó de girar en traslación y en rotación, y, por tanto, el clima se detuvo. A veces vuestros cuerpos, impropios de esa edad, soportaban una gravedad mayor de la que merecían causa de tantas operaciones bochornosas con las que os ganábais la vida.

  Vuestra especialidad era ese número de la camilla y la enfermera. El exultante voyeur de pelo rojo reía como un simio, el mismo que no encendía los faros de su coche cuando la niebla lo usurpaba todo. No estoy borracho, pero la música de Brahms os tranquilizaba y, aunque vuestra enemiga de la noche, regresara con otra palangana para que depositaráis lo mejor de vuestro interior, el beso era crucial entre vosotras y los aspersores giraban de nuevo para que el agua fluyera con su excitante aleteo.

   Las palanganas, las batas blancas y los tacones de aguja eran ofrendas a los dioses del televisor, moribundos e insomnes dioses que fumaban y comían palomitas mientras los minutos pasaban y el cerebro se iba encogiendo hasta ser una nuez.

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