martes, 21 de octubre de 2014

Déjame entrar en tu cuerpo

  Déjame entrar en tu cuerpo. Nada es distante. Los vencejos trazan un arco de luz. Alguien sufre bajo las sombras del fresno. Las aguas absorben la tierra que contemplamos. Déjame entrar en tu cuerpo para olvidar, para olvidar.

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lunes, 20 de octubre de 2014

Deja que todos los nombres

  Deja que todos los nombres no signifiquen nada. A lo mejor, tu cuerpo vencido amó alguna vez esas aguas, las de la leyenda, en otro tiempo. No descubras que mis ojos han mirado la ciudad en ardiente conclusión. Las cenizas que pisamos fueron la memoria de nuestros hijos. Los pastos no existen y el cerco de luz que amenaza desde adentro será un confuso velo entre más niebla. No digas nada. El barro nos ha devuelto la vida. Y el sueño.

Laura Zalenga.
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viernes, 17 de octubre de 2014

Menos la luz

                   
                      Al descender, tu cuerpo. Menos la luz, callan los animales.
                      Las sombras se acostumbran al vacío de los caminos.
                      Hemos perdido los símbolos que tanta felicidad nos concedieron.
                      Estamos solos, desnudos. La palabra no es necesaria.
                      Las olas dejaron de existir. Estamos solos.
                      Al descender, tu cuerpo y el pájaro que surge.

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jueves, 16 de octubre de 2014

¿Por qué me gusta tanto Calle de las Tiendas Oscuras?

Mi reseña en Mundiario sobre Patrick Modiano.

Patrick Modiano.

    Su prosa tiene identidad propia. Su estilo es reconocible. Su mundo es siempre el espacio de la memoria y también el del olvido. Novelas como Calle de las Tiendas Oscuras producen ese efecto de incertidumbre que el lector necesita para permanecer absorto en una lectura donde los vericuetos de la historia y sus imprevisibles paradojas nos adentran en la búsqueda incesante de esas verdades ocultas que tan solo las manifestaciones artísticas son capaces de invocar.

   Calle de las tiendas ocuras es una novela moderna porque el lector debe involucrarse y decidir qué camino tomar dentro de la evolución de una historia enigmática donde un hombre indaga sobre sus orígenes; un hombre que no recuerda quién es. Una escritura fragmentada, concisa, que precisa del plano cinematográfico más que de la minuciosa descripción, convierte ese tono narrativo en una interactiva propuesta en que el lector debe atar los cabos de un relato al que mueve la intriga y una pregunta inicial de la que surge el desarrollo narrativo: "No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella noche, en la terraza de un café" (pág. 9).

   La literatura de Modiano es una literatura de concisión, que recuerda al mejor Hammet y a la magistral sobriedad de Salter. Nada es azaroso en su relato. Las descripciones son escuetas, breves pincelades de espacios urbanos con la intención de que el apego a los matices de lo sombrío dominen el ánimo descorazonador de todos sus personajes: "Había dejado caer la cabeza en mi hombro y el pelo rubio me acariciaba el cuello. Llevaba un perfume con un toque especiado que me recordaba algo. Pero ¿qué?" (pág. 27). En la prosa de Modiano siempre encontraremos ese efectismo, pero con una depuración formal donde cada frase contiene un microcosmos que intuimos a traves de una sintaxis sencilla y esquemática. Porque el autor sabe que en novelas como Calle de las Tiendas Oscuras es más importante la omisión que la apariencia: "Un niño jugaba solo, tranquilamente, delante del montón de arena, en aquella tarde soleada que estaba acabando. Me senté cerca del césped y alcé la cabeza hacia el edificio, preguntándome si las ventanas de Gay Orlow no darían de este lado" (pág. 69).

   Todo parece sencillo en Modiano, pero todo es confuso para sus personajes. En Calle de las Tiendas Oscuras el deslinde entre realidad y alucinación apenas existe porque la marca de su escritura es la necesidad de que el lector descifre lo acontecido, deshilado poco a poco a lo largo de las páginas hasta que el personaje sabe quién es y esa respuesta a veces puede ser terrible. Los hombres y mujeres que aparecen son meras encarnaciones de un recuerdo, esbozos que se consumen en la noche abisal de París. Abisal por sus oscuros relieves, acentuados por la tenue luz de los interiores bulliciosos de cafeterías y moteles. Abisal por la intranquilidad de miradas que recelan, de averiguaciones que conducen a callejones cada vez más estrechos.

  Hay luminosidad en esas frases sencillas, pero también una atmósfera claustrofóbica que nos obliga a estar a la espera de una nueva acción que cambie todo en el destino de los protagonistas y, por supuesto, en el nuestro, si estamos de acuerdo con Borges, citando a Mallarmé. El mundo existe para llegar a un libro. "No podía por menos de mirar la portada de la revista. Denise parecía algo más joven que en las fotos que ya tenía (...). Al fondo de una de las habitaciones, divisaba un armario de madera oscura" (pág. 123).

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Nota: Citas extraídas de la edición de Anagrama, Colección Compactos, Barcelona, 2009.
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miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuando leemos un libro morimos porque la realidad que somos deja de existir


   La literatura es sonambulismo, la inercia de un tiempo que queremos próspero y al mismo tiempo desafiante. Cuando leemos, morimos porque nuestro entorno, en el que nos movemos y respiramos, ya no existe, sufre la pérdida de nuestra injerencia para participar en la encrucijada de signos que nos sumen en otra realidad más fiable y predecible, delatada conforme consumimos las páginas.

  Lo impredecible en la literatura ya está escrito y así el mundo que nos rodea nos parece, al regresar de nuestra hipnótica liturgia, más irreverente y apasionado. Lo común en literatura es sobrecogedor en la prosa de Virginia Woolf, por ejemplo: "Me gusta oír el suave murmullo del ascensor, el sordo golpe con que se detiene en mi descansillo y los viriles pasos de responsables pies a lo largo de los corredores. Y de esta manera, en méritos de nuestros esfuerzos aunados, mandamos buques a los más remotos confines del mundo, buques repletos de retretes y de gimnasios".

   La vida nos parece desesperante porque no está delatada de antemano; su final es tan azaroso como su origen inexacto. En ese trance, no somos conscientes de que perderemos esa esencialidad donde la vida deja de ser vida cuando la literatura se inmiscuye en nuestra experiencia. Nada quedará cuando hayamos cesado de transigir; la vida no es eterna y la literatura, tampoco. Se extinguirán con nosotros fragmentos de Camus y todo seguirá hacia delante en la oscura atracción de energías que emanan de las estrellas: "El agua caía de las cataratas del cielo, lavaba brutalmente los árboles, los tejados, las paredes y las calles polvorientas del verano. Barrosa, llenaba rápidamente las cunetas, gorgoteaba ferozmente en los sumideros, reventaba casi todos los años del alcantarillado y cubría las calzadas, se abría frente a los coches y los tranvías en dos alas amarillas bien perfiladas. En la playa y en el puerto el mar mismo se volvía barroso".
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Quieres sexo a orillas del Danubio, Nikki Benz, mientras la lluvia escampa


  No quieres que acabe mi tesis sobre los adjetivos en la prosa de Albert Camus porque solamente te interesa mi dinero y los reflejos sobre la superficie de las estancadas aguas. Los lobos que alquilamos han sido adiestrados durante estas dos últimas semanas. Los vecinos de North Island veneran tu cuerpo de muñeca, Nikki, y es extraordinario que sigas luciendo esos escotes y que hayas dejado el tabaco. Las ventanas tiemblan tras la muerte de la Osa Mayor y todo lo que observamos desprende un halo apocalíptico.

  Pero lo importante, Nikki, Nikki Benz, es que sigas obedeciendo al vicio, que tu desnudez, más impura que la ceniza, no descarte mis preferencias literarias. Estamos hechos el uno para el otro y el tótem que me regalaste por mi cumpleaños lo usas como un objeto sexual que vas erosionando poco a poco. Todo aquello que tocas y besas se consume porque tus labios no pertenecen a este mundo, fueron fabricados para la succión, para recitar a Shakespeare mientras la lluvia escampa, mientras los violines se desgastan lejos de la costa. Echas de menos el Danubio, sus cormoranes azules que aparecen tras nuestra ingesta de amapolas.

  No dejes que esa gente que camina por tortuosos senderos, por calles hacinadas de maleantes y traficantes de plomo, se fije exclusivamente en tus pechos. Eres una imitación de diosa, la descansada vida que un hombre como yo, sin dinero, necesita cuando enciende el ordenador después de una agotadora jornada de trabajo. No vuelvas con los coyotes ni con las personas corrientes. Ámame y luego llévame hasta Jericó.
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Regresas y los pájaros se funden con la niebla que improviso al escribir



   Los pájaros se funden con la niebla que improviso al escribir. Nacemos de la turba. Nuestros padres se bañaron en las limosas aguas de los arroyos. Ahora que descansan bajo la piedra solar, tengo miedo a que en mí se repita el mismo tránsito. Los bosques quiebran sus ramas cuando abandono el camino. Nacemos de la turba, pero no tenemos origen. Somos la resonancia de un fragor incalculable. Los nómadas ya no me reconocen y las fangosas raíces se ahogan en aguas desafortunadas.

   Mis huellas sucedieron antes de que yo caminara de la mano de mi padre. No hay origen, sino el transcurso de un reflejo momentáneo. Desaparecemos con el mismo afán con el que alguien emergió para darnos la vida. No quiero la compasión, sino que regreses junto a mí para acabar esa conversación sobre la pesca de las lubinas. Las ramas son extraídas de la luz y lo que se agota en lo oscuro no es otra cosa que la sombra que ahora ocupa estas líneas. Me vencerá y el cansancio, sin embargo, habrá merecido la pena.
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La literatura es un trance, la literatura es evasión, la literatura es condena...


  Los griegos asociaron en algún momento el ejercicio de escribir al pharmakón, una cura, un trance, una estrategia, sin duda, para encontrar los orígenes de la materia y, en esa búsqueda, la serenidad de tanta incertidumbre cuando la realidad es perpleja y asombrosa.

  La lectura, como la escritura, regresa a esa inconsolable necesidad de imaginar más allá de nuestra experiencia, porque lo percibido, para sentirlo y asumirlo en su inabarcable plenitud, necesita ser nombrado, restituido nuevamente bajo otra apariencia. La máscara es el verdadero rostro de la realidad y nada puede corregir ese destino que nos ha permitido sumergirnos en páginas sobrecogedoras.

  La escritura es la distancia con otros hombres, la lucha contra uno mismo, lejos de la comunidad, para luego volver al refugio, a la tribu y delatar que no todo es tangible, sino que el hombre necesita la paradoja para sobrevivir, el estigma de la ficción para que la vida sea una vida consciente e inédita. Al final, todo lo que leemos, todo lo que escribimos, es una lucha de contrarios, una línea de fuego en el horizonte que, al traspasarla, nos entumece y nos aisla. Lo que se revela en los libros se alimenta del mundo porque no aceptemos el mundo ni nuestra fragilidad, y deseamos ser invulnerables, eternos, ser el otro en una galaxia imparable. Todo queda reducido en esa defensa de Jabès: "Desprenderme de los muros, liberarme del torno. Dejar que florezca mi sangre".
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martes, 14 de octubre de 2014

Sexo y libros

La ex actriz porno Sasha Grey escribe La sociedad Juliette



  La jugada siempre sale bien. Son muchas las actrices porno que, como Lisa Ann o Jenna Jameson, publican memorias y relatos, contribuyendo así a consagrar su leyenda particular de divas del onanismo. Grijabo publicó en 2013 la novela de Sasha Grey, La sociedad Juliette, con el fin de crear un aura de malditismo intelectual en esta ex-actriz porno que ha comenzado a hacer también sus pinitos en el cine independiente.

  La novela es destacable por su lenguaje aparentemente novedoso, rompiendo con las noñeces sentimentaloides de las 50 sombras cuando explica, con una estructura caótica y espontánea, que el porno es una forma de sublimar experiencias ordinarias que nos defraudan y nos someten. No creo que la novela haya sido escrita por la actriz, pues hay momentos brillantes en algunos párrafos que requieren mucho adiestramiento literario, pero sí es creíble que Sasha Grey haya aportado mucho a  la  visión poliédrica del sexo que domina el relato, pues el hardcore, el sadismo y la sumisión en las relaciones convencionales dominan el relato.

  La protagonista y su compañera Anna son atraídas hacia una logia que busca en la promiscuidad, en la tortura y en determinadas parafilias un lenguaje de hermanamiento. La novela destaca por su tributo continuo al cine de la contracultura como El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, o Repulsión, de Roman Polanski. El argumento refleja, además, la herencia dionisiaca de Eyes wide shut, de Stanley Kubrick, o del cine de Tinto Brass. Sasha Grey se detiene en minuciosas descripciones a propósito de la erótica de los cuerpos que convierten el acto sexual en un lenguaje inefable. Pero ni siquiera lo instintivo es capaz de convertirse en ese reducto de privacidad necesario en un mundo de alienación, propaganda y mala, muy mala literatura.

  La novela, sin ser una gran obra, rompe con los moldes edulcorados y sin malicia por los que apuestan actualmente muchas editoriales. El problema es que la novela de Sasha no se aleja de ese culto machista que profesa la propia mujer occidental para complacer al hombre. La experiencia de la actriz se queda en la diversidad de posturas y de formas para invocar el placer, pero, en ningún momento, asistimos a una visión feminista y rupturista con los prejuicios culturales en torno a la mujer como mujer sumisa y reposo del guerrero. Pero, bueno, por algo se empieza, Sasha.

 "El ogro tiene la boca completamente abierta,  como si gritara o se riera, no sabría decirlo. O quizá simplemente se esté riendo a gritos por algún chiste que sólo el entiende. El ogro me mira, se ríe de mí, como si hubiese reconocido a alguien que no perteneciese a este lugar.(...) Vacilo entre la ansiedad y la determinación; ojalá Anna estuviera aquí. Pienso: ¿Qué haría Anna? Pero ya conozco la respuesta. Nada de esto la perturbaría. Saltaría adentro alegremente, porque para ella cada experiencia es una nueva aventura, un nuevo desafío, una nueva frontera que cruzar. El sexo murmurante me habla. Dice. "Entra". así que lo hago" (págs. 268-269).
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Nuestra muerte también ha sido escrita

  

   Deja que los cuerpos acaben por desaparecer. La escritura no persigue la trama. Todo ha sido escrito anteriormente cuando la luz fugada se abrió paso entre la fronda. Las granadas, los rastrojos y los hollados huertos existirán después de nosotros y, en tus manos, no habrá más asilo que la tierra. Nada de lo que habrás escrito será eterno. Los soles se enfriarán y las galaxias que nos acogen serán desguazadas tras su expansión.

   Nuestra muerte también ha sido escrita. Las olas son difusas y cada partícula suspendida en el haz de luz ha pertenecido al núcleo de una estrella borrada en un tiempo incomprensible. Los chamanes nos aguardan tras la cortina de lluvia. Han untado nuestra frente con sangre y, ahora que somos versículos de este mundo quebrantable, no nos queda otra elección que sumergirnos en las aguas.

   Los lodos avanzan tras las huellas del jaguar y el cielo no es el animal inquieto que anunciaron los dioses. Tardamos en abrir los ojos bajo la claridad y aquí, en este instante, las palabras sugieren hasta extinguirse como las ondas en el interior de lo vivo.
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jueves, 9 de octubre de 2014

No veas más cine mientras un perro se coma a tu madre en una calle de Baltimore

La actriz y modelo Sasha Grey.

   No he querido incomodarte, Sasha. Big Fun es un disco sublime y los sonámbulos que acompañan a sus lagartos domesticados hasta el parque no son bienvenidos a nuestra casa. Pero tú, como diosa indispensable para tantos poetas, quieres conocer a los extraños, a los que roban sonajeros y ropa para bebé en los hipermercados.

   Miles Davis camina sobre el alambre en sus primeros discos y, aunque nos emocione escucharlo, no es motivo para que el fin de semana lo perdamos entre esos efluvios hipnóticos donde el maestro da todo lo que puede. Porque sucede así. Llega el viernes por la tarde, te colocas tu camisa, Sasha, y el mundo de los mortales deja de interesarte, salvo esos extraños que pasean con sus varanos y cocodrilos por todo Baltimore. Cedes todo tu talento a Miles, tus umbrales de percepción quedan anulados por esa hiperexcitación y estás lejos de mí, ausente del verbo y de la carne.

  Me cuenta Marcel, el joven que vende soma en el aparcamiento, que un perro devoró a tu madre ante tus ojos. Pero no te alteraste, te limitaste a presenciar la escena, a sacar el revolver de culata pulida y a disparar sin tino porque aún estabas bajo los efectos sedantes de Big Fun. Un drama. Pero qué se le va a hacer. Busca en tu interior como hacen los cirujanos con los lisiados y los heridos. A lo mejor te sorprende lo que encuentras. No espero mucho de ti. Que me des placer, que no veas más cine francés y que apuestes por Brown Dawn en la próxima carrera. Deja que la prosa fluya, que mi escritura te destruya y que el perro devorador de madres duerma el sueño de los justos. Mil abrazos, Sasha.
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Rodolfo Fogwill, la chica punk, la escritura y el bar de las calaveras pulidas

Rodolfo Fogwill.

  Sobre la una me encontré con Fog en Las calaveras. Había sorbido la mandrágora del fondo del vaso y parecía más consciente todavía de la realidad que lo asolaba. Lo estreché y sentí ese temblor primitivo que lo caracteriza y que propulsa su escritura automática, siempre tan desafiante. Hace rato que estaba pensando en la chica punk, fijando su mirada en otra joven que bebía con amigas. Estaba sentada al fondo y Fogwill, clarividente y extasiado, me acompañó con un tewi y su verbo fácil.

  Me dijo, valiéndose únicamente de oraciones simples y atributivas, que la chica punk se parecía mucho a esa china que brindaba con las otras chinas lejos de la barra, que había un punto cárdeno en el escote de aquella virgo que le recordaba al Aleph, de Borges. Como si en ese hueco se juntaran el cielo y el infierno, el puerto y la península. La observé con detenimiento y su piel enrojecida por alguna virtud congénita o por esa viva luz que se filtraba a raudales era apetitosa, tan apetitosa como indecente.

  Le respondí, tragando ansioso, que la piel de la piba ciertamente era como la escritura del propio Fog, cautivadora e inclemente con los sujetos. No le gustaban demasiado los cumplidos, pero, a todo escritor le gusta que le doren la píldora. Fogwill se echó a reír y se marcó un estribillo de una canción para afirmar que todo lo que vemos es tan artificial como accidental, que la realidad es una mentira voraz, que la china y sus amigas existían como existen los dragones y los buenos novelistas. O sea. La china era tan falsa como la honradez de un congresista, un efecto hipnótico del que yo también me había contagiado.

  Le insistí en que la chica estaba allí de veras, con su cuello de garza y sus labios gomosos, capaces de derribar a cualquier macho con una mera insinuación succionadora. Fogwill se quedó perplejo; anotó algo en su servilleta con un lápiz marrón que sacó de algún bolsillo de su trenca. La china se levantó a fumar y yo la seguí con la mirada mientras Fogwill escribía incesantemente. Le dije que se perdía lo mejor; unos andares de jamelga indomable que nada envidiaban a los de la chica punk y él me pasó entonces la servilleta para desparecer unos segundos más tarde sin pagar.

  Leí con calma lo que había escrito y sonreí. No había escrito nada el pufo. Había dibujado un pene y a un enano. Firmó Fog y entonces el telón de la realidad se fundió ante mis narices. Comenzó a llover afuera y los camareros salieron a recordar qué era aquello de la lluvia después de tantos meses de sequía. Seguro que el negro era el color favorito de aquella china que regresó al mundo de los vivos con intención de conquistarlo.
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Visiones literarias sobre la modelo y cosplay Marie Claude Bourbonnais

La cosplay Marie Claude Bourbonnais.
  
   Basta con que cruces esa línea blanca para que los minotauros y otros seres medianamente urbanos aparezcan ante tus ojos con ganas de hacerte reír. Las madres que tuvimos no descansarían hasta vernos juntos, pero la vida aquí es otra cosa y el ultraísmo, como el Orfidal, ha hecho mella en nuestras vidas, un estigma supurante, Marie Claude, que aspira a convertirse en un daño generacional. Las familias que se reunen en Los Cobres han dejado de alimentar a los gatos. Ahora meten la cabeza en los contenedores buscando versiones de las obras de Pynchon. Sabes que los embalsamadores aprecian ese género y que hay tanto amor furtivo como cazadores inquietos detrás de la barra.

  No sabes si seguir hasta el final conmigo, Marie Claude, pues consideras que cada utensilio tiene su obsolescencia y la carne, mi carne, no como la tuya que siempre se luce, se va pudriendo como esas vísceras del descampado. Hasta la policía dudaba de si pertenceían al anciano de Lorrain que cruzaba las avenidas contando sus propios pasos de muerte. El anuncio de las patatas fritas se te ha subido a la cabeza y ahora caminas sobre las nubes y miras a los demás, especialemente, a mí como si fuésemos sardina o harina de otro costal. De nada me ha valido enseñarte los recursos literarios del ultraísmo. Acuérdate bien que yo elegí el top para ese cartel y que, hasta Aznavour, quiso dedicarle una canción. Sí, has cambiado la historia de la publicidad y le has metido el miedo en el cuerpo a todas esas lolitas que se desnudan mientras recorren la ciudad con sus patines de propulsión.

  Luchamos contra el silencio de las rocas, contra la oscura vertiente de los ángulos en algunas arquivoltas soñadas. Luchas contra mí porque te excita verme sufrir, como si ya no tuviera suficiente con la escritura, Marie Claude. He de confesarte que yo no soy el que acostumbras a ver y a tocar, no soy el octavo pasajero que se ensimisma en los intestinos, sino el anciano de Lorrain que acaba de resucitar para contemplarte mientras el resto del mundo come tus patatas fritas.
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Mi último encuentro con Julio Cortázar: destierros de un escritor frustrado


  No me ató a la pata de la cama porque, en el fondo, amaba mi pulcritud y las formas simétricas de mis órganos internos. Nunca aprendí a fumar como lo hacía ella, Julio. La ceniza era reveladora sobre el cenicero, una metáfora espléndida de las estrellas que nacen más allá de la estratosfera. La Maga no se deshizo en halagos, sino que colocó el ratón muerto sobre la mesa para que yo contemplase la belleza de la descomposición, para que mi escritura girara hasta Baudelaire.

  Solamente así tendría escapatoria, cuando mis poemas se parecieran a los de Las flores del mal. Observé el animal muerto, sus anomalías en la carne tras ser atropellado. La Maga encendió el primer cigarro y aspiró con denuedo, mostrando en sus ojos la ira contenida de cualquier hembra espartana que acepta la marcha de su hijo a la guerra. No supe qué decirle. Pensaba que el modernismo era una vía de escape que a ella le complacía, pero no fue así.

  Después de arrojar al roedor contra la pared del fondo, confesó que existía más poesía en el vientre de una ballena que en esa arrogante forma de mirar el paisaje como si todo fuese etéreo y ebúrneo, como si las princesas y las odaliscas que ella había conocido necesitasen una urna de cristal donde cobijarse. Las odaliscas, matizó, solamente quieren dinero y abrigos de nutria con los que andar por casa. El cielo se desgajó, Julio, en nubes rojas al otro lado del muro y, por primera vez, dejaron de salir conejos de los grifos, lo que me produjo una pena incurable.

  El mundo muere de realismo y cada fin de semana un quinceañero deja de jugar con sus figuras de hojalata para fijarse en su propia Maga. La rata flotaba sobre nuestras cabezas y los planetas giraban a nuestro alrededor, conscientes, de que mi poesía habría de cambiar el destino de los hombres radiactivos como ella me había reclamado violentamente.

  Las puertas de las cafeterías se blindaron aquella tarde porque la plaga de termitas y anarcas no tardaría en llegar al centro. La Maga abrió su boca y comenzó otro capítulo en mi vida, como si la rayuela formara parte del juego de los átomos. Insomnes cronopios empezaron a titubear en la cancela del apartamento y la rata volvió a la vida sin prisa, empujada por el optimismo de famas. La Maga y yo decidimos que moriríamos una década después en el museo, donde Rothko dejaría su impronta en nuestro último recuerdo.
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La niebla y la literatura: el escritor es un ciego que mira con ojos de perro


  No se puede pesar la niebla como tampoco se puede describir todo cuanto es percibido, todo cuanto se imagina tras los umbrales de la noche. La palabra es incompleta y los sueños se olvidan al cabo de los meses. Nada puede ser reconstruido, nada puede ser codificado en un mero signo. El incendio es más destructivo que la invasora expansión del bosque.

  El incendio y la germinación son fenómenos admirables, en algún momento comprendidos, pero que en el signo quedan reducidos a cenizas. El paisaje de las cenizas es sobrecogedor y estimulante como el vacío que rodea a los poemas; lo que queda por escribir, lo que no es asumible por el lenguaje, es más tentador que lo visible.

   Los glaciares son erosionados por corrientes de agua caliente. Las palabras que pronunciamos son borradas por otras que las suplantaron hace siglos. El escritor es un ciego que ve con ojos de perro, escribió en boca de Don Chepe, Miguel Ángel Asturias.

  Aceptamos el engaño para seguir sobreviviendo en este invierno inmóvil que nos entumece cuando creamos.
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No quedará nada de nosotras bajo la sombra de estos tilos



   No quedan rastros de otros seres fabulosos. Las palabras son un reflejo de lo que alguna vez quisimos escribirnos la una a la otra. No hemos sido sinceras porque las palabras son otras máscaras que han censurado nuestros sentimientos y nos han relegado a esta enfermiza melancolía.

   Es inútil el miedo cuando los cuerpos que rozamos dejaron de ser una frontera entre la vida y los recuerdos. No he querido que confundas la luz con los fondos barridos por las corrientes donde los cadáveres de fosforescentes criaturas acaban por extinguirse. Hace años que la nieve no cae masamente sobre nuestros párpados.

  Ayúdame a seguir en esta realidad, en su turbia consistencia, bajo el tilo donde me besas con pudor. Las aguas también envejecen y la claridad surca el joven arco de tu espalda. Deja que mi mano acaricie la tuya y que las garzas fluyan hacia la lejanía. Debemos re-accionar para que, por primera vez, nuestras bocas presientan el abrazo del aire antes de fundirse.
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Un fragmento de eternidad, orfismo y poesía en la obra de Gregorio Muelas


   De nuevo, como sucede en esos momentos de soledad en los que el lector se refugia en los textos para buscar maneras de conocer la realidad más allá de un discurso ordinario, sobrecoge la transgresión que el lenguaje, con su versatilidad, es capaz de lograr. Lo que se revela es un conocimiento simbólico que, para G. Durand, por ejemplo, no está reñido con lo racional. En el caso de la poesía de Gregorio Muelas Bermúdez y su poemario Fragmento de eternidad, editado por Germanía, nos vemos abocados a esa tensión que señala Durand.

   Por un lado, sus versos nos sumen en paradigmas oníricos, propios de ese lenguaje cifrado que el autor ha trabajado duramente desde disciplinas como la música: "Nada/ me hiere más que una mirada indolente,/ que un silencio, que un adiós. Pero sé que todo es final,/ que todo se acaba,/ que sólo existen los instantes/ y que cada instante,/ cíngulo del tiempo,/ es un fragmento de eternidad" (pág. 15). Por otro lado, asistimos a esa eclosión de sentimientos que se mueven entre la nostalgia, la evasión de este mundo o sombra del paraíso, siguiendo a Aleixandre, y una inquietante búsqueda de nuevos mundos en los que inspirarse para soportar la propia existencia: "El ayer que parecía olvidado/ retorna con cada nota apenada, qué lenta y serena melancolía" (pág. 28).

  Lo que me atrae de su lírica es esa heterodoxa expresión donde lo lingüístico y la música quedan a merced de la voluntad de un poeta que convierte la elegía en una visión puramente instintiva, como si una perpetua nostalgia se apoderara de su ser y su escritura fuese la acción de un espíritu que redunda en una visión del hombre en continua lucha consigo mismo. Un hombre que ha de deshacerse de los dioses y de las ataduras de las convenciones para aspirar a ser integrado en un adánico concepto de sí mismo, resuelto para prosperar en la dicha, aceptando sus limitaciones y confiando su felicidad a la palabra que explica el mundo y lo purifica: "Después de Auschwitz/ se escribe poesía/ para decir con eco inextinguible/ que la muerte no es la única salida" (pág. 42).

  El orfismo conmueve en su forma de asumir la naturaleza y de recrear los espacios como pharmakon, como sanación. Asume Muelas la labor chamánica de la música y del verbo para producir un lenguaje rico en adjetivación, cercano a la estética de los novísimos, a unas metáforas que no renuncian al clasicismo y que declaran ese sentimiento de zozobra, de inconformismo, ante un mundo detenido en el hastío y en la destrucción de sus semejantes: "Arcángel negro que haces del olvido/ tu vil arma para tiranizar/ al hombre, que azorado y disciplente/ clama a la eternidad enfebrecido/ ante una torre erguida para izar/ tu enseña con crespón, onmipotente". (pág. 20).

  Existe a lo largo del poemario una sensación de frustración ante la vida, de continua sensación de pérdida de instantes que jamás regresarán. Esa sensación se contempla con los ojos de una mortal existencia, porque es evidente que el ser humano no es consciente de su fragilidad, de la brevedad que comprende su propia vida; solamente la escritura, ese canto desconsolado que Muelas Bermúdez encona, procura que esa biografía sea asumida desde la intensidad, no como placer, sino como conciencia del existir, como amarga y al mismo tiempo dichosa percepción de la muerte. Un final que en su imprecisión, en su misterio, juzga si nuestra vida ha sido derrota o definitivamente un fragmento de eternidad: "Nada, salvo el tiempo, me da miedo/ y desde el desasosiego/ de los días que se marchan sin remedio/ quiero soñar con amor,/ aunque mis manos se queden frías/ y vacías/ después de tanto esperar/ a que la vida desentristezca/ los ridículos recuerdos/ que el corazón no supo olvidar". (pág. 43).
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Impresiones sobre un camino que he recorrido con mis hijos al atardecer


  Hemos cruzado el umbral y la arena ha llenado los depósitos. El óbolo cayó al vacío y las hogueras prenden en las cumbres. Has comprobado que los zorros se sumían en la oscuridad que palpita tras el cáñamo. Mis hijos me cogen de la mano y el sendero no concluye. La casa de las gaviotas está sospechosamente encendida. Una serpiente ha dejado su muda entre los rastrojos. Uno de mis hijos prueba el bocado de sangre y las cenizas se convierten en brasas.

   Los hombres que adiestraron a estos caballos enfermos han emigrado a tierras prósperas. Eran los tiempos hermosos de las cosechas. Ahora que la luz se apaga y nos cuesta respirar, mi hijo más pequeño me acerca la llama. Le tiemblan los dedos. Cuando soplo, la llama sigue viva. No estoy contigo ni con nadie, aunque pueda caminar despacio. No estoy muerto. He querido que mis hijos viesen mi rostro consumido, su lívido reflejo sobre las aguas. ¿Qué me aparta ahora de la muerte? No eres digno de que entres en mi casa así que los perros persiguen la sombra que se pliega en otros caminos colindantes.

  No hay más eco que este fuego recién incendiado. No basta que mis manos intenten recoger más frutos podridos. La noche nos ha consagrado a aceptar la pérdida.
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miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuando Lisa Ann y yo conversamos sobre la decadencia inexorable del dadaísmo

Lisa Ann.

  Joder, Lisa, qué le ha pasado a los lenguados. Estaban vivos anoche y ahora los encuentro chamuscados en el centro de una fuente de porcelana.

  Tu cocina y tu sexo son automáticos como esta escritura que elaboro para ti. Odias el dadaísmo y a los príncipes azules. Te gusta ensuciarte y que algunos participios estímulen tu libido. Sueñas con ogros, con la limusina de Cosmópolis y con en ese espantapájaros que representa al amable torturador junguiano que necesitas para elevarte desde mi pelvis.

  Las cosas podrían funcionar de otra manera, pues podríamos ser más simples, mecánicamente perfectos, sin aristas, con una personalidad que abuse de las estructuras de oración simple. Pero no es así, nos gustan los recovecos, ensimismarnos con la quinta de Mahler, Lisa, Lisa Ann, mientras bailas despacio, sin el deshabillé, encima de la barra.

   Las gaviotas mueren en las cornisas y, en los jardines donde vagan los jubilados y los galgos, los fresnos desaparecen en la noche por combustión espontánea. Tu cuerpo se abraza a la oscuridad del mío y tu lengua bífida busca en mi oreja los versos que escuché hace años de la boca del propio Dylan Thomas. Una experiencia mística como ese café junto al chamán de la tribu, Buk, el anciano manco que canta en el metro y lee las manchas de humedad. Pero nada de eso cambia mi afecto hacia ti, tu memorable cintura de criatura proteica que se adapta a todos los relieves y se transforma en la más increíble trepanadora de sueños.

  Porque solamente imagino tu rostro bajo la ceniza de los recuerdos que me han traído a este escritorio. Lo que escribo es porque tú me guías con tu hilo invisible hasta un recóndito desenlace y el laberinto imparable de esta ciudad, a las afueras de Baltimore, está lleno de cazadoras furtivas que me desnudan con la mirada. Algunas son preciosas muñecas fabricadas en clínicas domésticas. Hablando de otra cosa: no pienso devorar esos lenguados y el aparador que trajeron los enanos esclavos me parece demasiado neorromántico. Porque tú odias lo romántico y lo neo. Te va el corsé, el látigo y ese gel con el que nos protegemos de las picaduras de las medusas.
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Ningún pensamiento de muerte puede ser tan ofensivo como los propios recuerdos

  

  Que tus manos nos evoquen nuevamente en ese poema de Paul Celan. Que tus ojos reposen sobre este trazo interrumpido. Alguien ha escrito "herida" en la piel de mis muñecas. Que la letanía del río suceda a cada uno de nosotros. La voz, sola y última, perdure más allá del árbol. Ningún pensamiento de muerte ha sido tan ofensivo como ese recuerdo que evoco junto a otros enfermos. Nuestras manos atraviesan el muro blanco y los pájaros, ausentes como en otro tiempo, podrían ser esas briznas que desprenden suavemente los tilos. Paul Auster está conmigo.

  Buscamos en la nieve las huellas de los ancestros, pero todo ha concluido tras la mirada que alcanza el incendio del crepúsculo. Las aguas del río enfrían tu pecho y vivimos tras la escasez de luz. No sabemos por qué vivir en esta inalcanzable orilla. Los otros nos han mentido. Nuestros cuerpos no son hermosos y merece la pena esperar. La muerte es la arena que cubrirá nuestra boca y el hilo de claridad será suficiente para que no luchemos de nuevo.
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Conviviendo con el mundo de Solaris

Cuando Tarkovsky cambia nuestra vida



   Los recuerdos soberanos han gobernado la nave. Solaris es una frontera que divide la realidad de otra más maleable, quizá aún más verdadera. No importa ya ese pensamiento mudo. La novela de Lem es una inmersión hacia los orígenes que, en otra vida, se tramaron para que todo fluyera en esta existencia con lentitud, con sonoridad.

   La mujer abandona mi cuarto. La vi morir hace años cerca de mí. Los aposentos alguna vez ardieron y el extenuado perro camina por una cornisa hacia la niebla que se sumerge en el oleaje de explosiones solares. No soy un visionario. No soy el hombre que come con las manos y descansa sobre el lecho de paja. La mujer entierra todos mis sueños con un mantra sigiloso y la nave avanza hacia derroteros inescrutables. Tarkovsky dirige su obra maestra para que el arte nos incluya en su maremágnum de estímulos y de pérdidas. Porque, en verdad, hemos perdido demasiado viviendo en la aceleración, en la desenfrenada incandescencia que progresa más allá de nuestros ojos.

   La ciudad nos ha destruido. Busco al chacal que vaga por las carreteras. Solaris me aguarda para morir. Solaris es la esfera donde mis pensamientos más elementales desembocan. El espacio existe en mi interior. Las estrellas y la antimateria son otro sueño que provoco en el lecho mientras mi pulso decrece y los hombres con cara de gaviota me sumergen en el plasma. Las palabras son invenciones. Las palabras no necesitan ya la exactitud. La poesía sobrevive siempre. Tengo miedo, pero el miedo es también una sensación que padece otro que no soy yo.
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Buscando en la escritura automática razones para sobrevivir


   El mascarón. Mirad el mascarón cómo viene del África a New York. Giro la cabeza y descubro al hombre de pelo blanco que carga con sus intestinos en una bolsa de plástico donde se anuncia una clínica de cirugía estética. Detrás de los movimientos de cada sonámbulo hay una liturgia. En los coches, violadores de tumbas escriben canciones inspiradas en algunos versos de Allen Ginsberg. Sasha Grey desfila sobre las brasas, sobre los restos de contenedores incendiados, molicie de los maniquíes que los niños tripudos rociaron con gasolina.

  Tengo miedo a los obreros necrófagos y de que las jóvenes, con sus esplendentes sujetadores deportivos, recojan los excrementos de perros suicidas. Su misión es otra. Deben cabalgar hacia las fronteras donde se asesinan millones de patos con el fin de que sus ojos enfebrecidos, dilatados por tanto ejercicio, disfruten de los escnearios sangrientos. Sasha Grey toma el té con el sombrerero loco bajo la cocina de arena. Es la reunión de los animales muertos traspasados por la luz. En los comedores, las vendedoras de enjambres y peyote caen rendidas y las arenas sepultan sus párpados incandescentes.

   No duerme nadie por el mundo. Nadie. Nadie. Los mamíferos destetados cojean hasta los puertos donde incendian enormes pelícanos centenarios que se arrojan al mar de las langostas. El señor con una camisa de tulipanes estampados come con las manos fémures de hiena en una tasca cerca de casa. En los templos ya no hay muchachas que recen para que el amante de los armarios olvide el cuento de los osos vagos. Sus dedos rozan ahora las entrepiernas varadas en los prostíbulos ambulantes. Desquiciados empresarios juegan con sus móviles antes de ser atropellados por camiones cargados de algas. La aurora de Nueva York gime por las escaleras. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces.

   Los bebés mastican vinilo tras los escaparates. Una muñeca hinchable se ahorca bajo la sombra del tiranosaurio y las señoritas de Aviñón caminan tras el hedor del clamoroso árbol como los sapos recién aplastados por la mano que mece la cuna. Ojos despiertos. El conejo mira el reloj. Las importadas vísceras tienen vida propia. Regresan a las bolsas de plástico. Los sonámbulos escupen a la cara de Sasha. En el aparcamiento, las niñeras caminan sobre el vidrio de los vasos mientras leen sus breviarios de muerte. Aspiran la ceniza y el polvo lunar que desprenden las hogueras vandálicas.

   Nunca he conocido a la gorda que va delante de la muchedumbre y que deja cráneos de paloma por las esquinas. Que alguien me regrese. Lorca se baña en la danza curva del agua en la orilla. Sasha me despide con su mano quieta, colmena de moscas y filósofos desaparecidos. No existo en lo que queda de esta pesadilla. Me borraron los escribas antes de la tormenta definitiva.
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Cómo decirte que aún no he aprendido a respirar junto a ti



  Hemos sido atraídos por la calma de la marisma. Los reflejos  y las huellas que las arenas asumen son un lenguaje inhóspito. Nada queda después de tus labios. Reconoces la frontera, la última oportunidad de extraer los significados que nos engendraron. Estamos desnudas y la blanca sombra nos delata bajo su leve fulgor. Renacemos con el sonido, hirientes, sin memoria, buscando en la profundidad la belleza que nos hace tan vulnerables.

  El viento es un eco y los pájaros no han amanecido en la levísima ardora. Unas manos acarician mi vientre. Nada ha vuelto a ser como antes, cuando, junto a la hoguera, nos habíamos untado con la sangre del ciervo y todo cuanto poseíamos era sagrado. Las rocas son los altares y el barco que, en otra vida, manejamos ahora permanece sobre la quietud del lago como un extraño cuerpo que ya no exigimos para morir aquí. Las orillas son solamente una y nada de lo que queda nos parece suficiente para lo que hemos soportado. Los juncos son un espejismo como la vibración de esa rama que sostiene la vastedad. Deja que invente un nombre para ti antes de que las aguas nos cubran. Aún no he aprendido a respirar a tu lado, Marta.
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jueves, 2 de octubre de 2014

José de Cora: La historia de La navaja inglesa no sucedió, pero pudo haber sucedido

Entrevista en Mundiario a José de Cora.

José de Cora.
   
  Publicada por Tropo Editores, La navaja inglesa es una novela ambientada en el reinado de Carlos III y cuyo argumento gira en torno a una serie de asesinatos que parecen estar relacionados con la llegada a Madrid de la estatua de La Cibeles. Como destacamos ya en Mundiario, la novela se caracteriza por un lenguaje pulcro, innovador, lleno de sutilidad poética, por un tributo personal que José de Cora rinde a la estética de Valle-Inclán para crear su simbólico mundo de personajes, cuyo comportamiento está movido por una instintiva forma de sobrevivir en aquel Madrid apócrifo de decadente imperialismo. La siguiente entrevista a José de Cora, escritor, periodista y colaborador de MUNDIARIO, revela algunas estrategias técnicas de su excelente trabajo narrativo.

- ¿Cuál es la motivación de una novela ambientada en el reinado de Carlos III y en el trasunto mistérico que hay tras la diosa Cibeles?

- Fueron varias, además de la primera y principal, que consistía en conseguir una novela pulcra, lo mejor escrita posible y entretenida. La excusa es Cibeles y el desconocimiento que existe sobre lo que representó y las influencias que tuvo en el catolicismo, un tema inédito en la literatura mundial. Carlos III me dio el escenario gracias a su decisión de instalarla en el centro de Madrid, ciudad a la que también rinde homenaje el argumento. Otro fue, por ejemplo, conseguir una novela de géneros: histórica, policíaca, esotérica, erótica, sádica, mistérica, mitológica, costumbrista y por momentos, humorística. Un género de géneros.

- Arriesgas en la estructura con múltiples episodios y cambios de plano que aportan un gran dinamismo a la narración y arriesgas en el lenguaje, manejando todo tipo de jergas y registros.¿Qué intención subyace en ese trabajo tan personal y transgresor?

- Aunque es cierto que la narración pasa de un escenario a otro como secuencias de una serie televisiva, la razón última es que estaba obligado a hacerlo así, porque la acción es única, como en los órdenes clásicos. La fuente y la diosa lo dominan todo y nada hay en la novela que se salga de ese plan único. Al final el lector se da cuenta de que es así y que era necesario avanzar en varios frentes para que todos confluyan para desatar el nudo gordiano de lo que se cuenta. En cuanto al lenguaje, siempre procuro acercarme al momento histórico que viven mis personajes. Me desagrada profundamente encontrar novelas históricas en las que todos los personajes se expresan como contemporáneos del autor. Creo que esa forma de escribir trivializa el argumento y lo hace increíble.

- Leer tu novela ha sido volver a leer a Dickens, a Conan Doyle, pero también lo esperpéntico y esa narrativa fantástica de Cunqueiro están presentes en tu discurso narrativos. ¿Qué influencias hay tras el trabajo de La navaja inglesa?

- Supongo que muchas. Todos arrastramos el caudal de lecturas de nuestra vida, aunque para La navaja... me fijé en los autores de esos años, 1775-1780, y en los que me gustan. A Cunqueiro le reconozco influencia y enseñanza, pero para este trabajo tendría que añadir a Valle Inclán y al padre Isla, cuyo Fray Gerundio de Campazas es siempre una fuente inagotable de léxico. En cualquier caso, por muy difícil que resulte creerlo, son los propios personajes, los ficticios o los reales, los que una vez metidos en la novela, se revelan con sus propios modismos, con su propio estilo, casi siempre por encima de la voluntad del autor. Si el personaje está bien creado, rechaza las formas de expresarse que no van con él.

- En ocasiones, la trama queda diluida por los lances amorosos de los protagonistas, por la corruptela de la propia sociedad, por la descripción de los bajos fondos de ese Madrid picaresco. Tengo la sensación de que la trama es un pre-texto para establecer un discurso narrativo mucho más heterodoxo y global.

- Tanto el sexo, el sadismo, la sangre y la violencia, como el Madrid de los salones, las procesiones, el teatro, mercados, tabernas y los barrios más miserables de aquella ciudad, aparecen en la historia porque lo exige Cibeles. Si faltase alguno de esos elementos, el retrato de la diosa sería incompleto y la novela, coja. Ésa ya no es una decisión mía, salvo en el momento de concebir la trama alrededor de ella. Desarrapados, poderosos, enloquecidos, románticos, emasculadores, frenéticos sexuales, impotentes o criminales son tipos que se desprenden del culto a Cibeles, que es arrebatador. Ella es la que permite que existan todos en el mismo momento, pues de otra forma faltarían el desencadenante que les da sentido.

- ¿Qué importancia tiene para ti la documentación o la fidelidad al relato de la historia? ¿Consideras en tu caso el acontecimiento histórico como una anécdota para narrar una biografía de personajes ficticios?

- En este caso, la fidelidad es doble. Por un lado está el ambiente madrileño del siglo XVIII y por otro, el de la tradición de la diosa. Ambos son elementos a los que he procurado dar la máxima fidelidad. Sin embargo, lo que es absoluta ficción fue unirlos. Hacer que la diosa tuviese una influencia tan brutal en personajes del XVIII finisecular de Madrid.

- Hay una exploración muy acertada hacia las logias, hacia el ocultismo, una indagación sobre los orígenes mistéricos de la diosa Cibeles. Resulta fascinante. ¿Hasta qué punto es verosímil esa realidad social en el Madrid de Carlos III o es una invención puramente literaria?

- En parte ya queda dicho en la anterior respuesta. La historia de La navaja... no sucedió, pero pudo haber sucedido. Creo que sin ser plenamente consciente de ello, Carlos III reprodujo lo vivido en Roma el año 204 antes de Cristo, cuando traen a Cibeles a la ciudad y se desencadena una oleada de fervor a su causa debido a los supuestos favores que concede a los romanos, asediados por guerras, pestes y hambrunas. Las circunstancias históricas son muy distintas en Madrid veinte siglos después, pero ése fue mi trabajo. Montar una historia en la que el lector acaba por reconocer que pudo haber sucedido, y cada vez que me lo dicen, me llenan de satisfacción.
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Cuando la música de Charlie Parker se pliega sobre la espalda de Puma Swede

Puma Swede.

   Todo es inconsistencia y los peces siguen observándonos en esa breve pecera que permanece sobre la mesa caoba. Lucifer tiene un póster en la pared de nuestro dormitorio. Los barrenderos preguntan por ti cada vez que salgo a la calle para inflar los globos de la carroza. No hay Santísima Trinidad que pueda sacarte de tu ensimismamiento. La música de Parker te ha dejado sumida en un letargo eterno o glacial.

   Sigues abierta de piernas y descubro, tras leer algunos párrafos de Sexus, que toda la energía de este mundo, incontenible y fugaz al mismo tiempo se concentra en ese punto en el que mi placer reside. El coño. No hay mayor vórtice donde el caos y el orden confluyan. Hasta la música de las esferas emerge de ahí con sus flujos impagables.

   Las visiones que tengo se parecen a la de ese prisionero que buscaba en el ajedrez una forma de supervivencia. Construyo la piel de un tigre y, antes de llegar a la mandíbula, me detengo por temor a que el felino soñado sea tan real como esa rubia cabellera que, sobre mi espalda, templa toda la euforia. Los barrenderos compran arenques en los puertos de Bay Bowles y conversan con las moscas sobre las vírgenes suicidas que la policía encontró al otro lado del río. Colgaban las cuatro de una viga y el padre lloraba bajo una higuera.

  Los espíritus necesitan dormir sobre la hierba y tú, Puma, Puma Swede, lo haces sobre este colchón de saldo, esperando a que la música de Parker abra tu corazón, pero no, no es así. Entre tus piernas, existe la luz del mundo y ese ojo que ve más allá de lo que mis manos tocan. Temblor de labios. Ningún barrendero podrá besarte, aunque unten con mandrágora sus escobas y amen desesperadamente el jazz más versátil.

   El coño, luces de feria, los monstruos cargando con tiestos y tambores a la espalda antes de morir en el circo. Tu cuerpo se arquea cuando la música cambia de dimensión porque la luz máxima que vive dentro de ti nos acerca más a Dios.
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miércoles, 1 de octubre de 2014

Cuando pensamos en la muerte


  Explico a mis alumnos que no era solamente el miedo lo que llevó a los Homo Sapiens a pintar en las cuevas de Chauvet, sino también la búsqueda de lo desconocido. El mismo artificio de aquellos hombres es semejante a la escritura que lucha incansablemente contra el significado. Su temor al vacío es el mismo temor a la muerte que aún hoy conservamos para sobrevivir cueste lo que cueste.

  No olvido a los que se marcharon, a diferencia del Calígula, de Camus, pero a veces el miedo a morir lo presiento como una muestra más del egoísmo. No nos da miedo que otros se vayan, sino que su ausencia defina otro tipo de vida en nosotros, un esfuerzo ingente por mudar las costumbres, porque esa ausencia se convierte en un pensamiento turbador y es inexplicable, desasosegante, que no hallemos un espacio físico donde el reencuentro no sea el recuerdo ni los esbozos de esos mismos recuerdos que se van diluyendo poco a poco.

  Lo inefable es explicar la ausencia, el origen de un sufrimiento que atribuimos a que ellos nos importan demasiado, los muertos, pero lo que nos sobrecoge es el cambio, que los procesos lleguen a su fin y nuestra cómoda existencia se convierta en un nuevo paradigma. Fogwill intenta describir la muerte en su relato "Restos diurnos" y, aunque no lo consigue, la belleza de su inspección es una forma de superar lo inefable, el mal de ausencia: "La muerte es una prolongada suspensión. Cesa todo. Siente cómo se despega del cuerpo: es una lámina invisible que se ha deshaderido y ya no envuelve, y el cuerpo, vuelto ahora un objeto, doblado sobre sí junto al cuerpo de la otra, quebrado, ensangrentado, inútil".
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La prensa rosa de Telecinco gira en torno a la vida privada de dos adolescentes


  Hay una montada cada tarde en Sálvame que el programa parece una clase Tercero de ESO en un día de viento. Telecinco encontró hace unos años en este formato la fórmula mágica del éxito de audiencia, un programa dinámico, con una planificación y un cromatismo que recuerda al mejor Almódovar. Ahora, junto a la vida novelada de cada uno de sus tertulianos como si fuesen un personaje de Madame Bovary, las cuatro horas diarias de prensa rosa se inspiran en el comportamiento pueril de dos padres adolescentes, Chabelita y Alberto Isla, cuyos movimientos del súper a casa son retransmitidos como si se tratasen de un golpe de Estado.

  Me sobrecoge la rentabilidad mediática que le están sacando a los chavales. Adolescentes rebotados de instituto, con American Express en el bolsillo, juegan a mantener en vilo a los colaboradores del programa. Kiko Hernández y Jorge Javier Vázquez son el Carl Bernstein y el Bob Woodward de un caso sin precedentes en nuestro país (me parto): la repentina separación sentimental de Alberto Isla e Isabel Segunda. Twitters, mensajes de móvil, relaciones amorosas en descampados, predictors en directo y el Casino Las Vegas como telón de fondo han contribuido a crear un imaginario simbólico genuino donde Alberto Isla juega a ser Garganta Profunda, pues nos va revelando cada día al móvil de Kiko Hernández las miserias que encontró en Cantora como que el tito Agustín Pantoja lo espiaba cuando él intentaba sobar a Chabelita en el dormitorio imperial.

  Y lo mejor es que yo lo veo, que yo lo cuento,que yo escribo sobre ese hecho que tiene a toda España pegada a la pantalla, como si esos personajes torturados por los celos, que tan bien inventara Corín Tellado, hubiesen pasado del folletín a los mass-media. Veremos cómo acaba el culebrón. Aconsejo a los guionistas de todo este circo que metan a un torero y a una pitonisa hábil con el vudú. A ver lo que sale de esta coctelera.
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En educación es tan importante conocer a Batman y a Jay-Z como saber sintaxis


  Como muchos compañeros, no uso libro de texto. Uno de los motivos del fracaso educativo es esa sumisión del profesor al libro. Solamente hay que ver las mochilas de algunos adolescentes par darse cuenta del negocio que han montado editoriales y Administración. Y los resultados académicos empeoran.

  Diferentes corrientes de innovación metodológica están defendiendo la creación propia de materiales y la búsqueda de recursos prácticos que animen al adolescente a trabajar en el aula. Como profesor de Lengua, no entiendo que los objetivos didácticos de muchos docentes estén fijados por el índice de un libro de texto y por un Currículo Oficial que sigue fiel a una tradición ilustrada donde predomina el conocimiento memorístico e histórico mientras nos enfrentamos al siglo con mayores cambios tecnológicos y culturales de cualquier época. Esta última frase no es mía, sino de Habermas.

   Tan importante es conocer el trabajo cinematográfico de Cristopher Nolan y el arte del videoclip de Michel Gondry como saber manejarse con la sintaxis y reconocer las clases de palabras. Tan necesario es saber cumplimentar correctamente un formulario, sin faltas de ortografía, y analizar el cine de Tarantino como reconocer la profundidad de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. La actualización de contenidos es más motivadora para profesores y alumnos que la devoción por una ortodoxia de objetivos y epígrafes que apenas se renuevan cada año.

  El hip-hop, el rap o el flamenco son formas culturales donde se puede explorar el conocimiento de la lengua. Aprender a comentar una película como si se tratase de un texto literario no es ninguna herejía. Al contrario, seguramente podamos rescatar a esos alumnos que hibernan en sus pupitres sin saber qué finalidad subyace en el aprendizaje memorístico de las características del Romanticismo. Creo que a la ESO le sobra disciplina mental y le falta creatividad para comprender la riqueza cultural de un mundo que, en el caso de mi asignatura, está experimentando una eclosión ingente de variadas publicaciones, libros, revistas y cómics. No soy quien para dar ejemplo de cómo se han de hacer las cosas. Sé cómo las hago yo y que Batman, como Dostoievsky, cambiaron mi forma de mirar al mundo.
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Masivo consumo de vídeos donde las mujeres son torturadas y tiroteadas

  Entro en Youtube y accedo por diversos enlaces a unos vídeos donde unas superheroínas son torturadas con golpes en el estómago. Pincho en otra ventana y compruebo que las reproducciones de películas snuff se cuentan por millares. Busco otras referencias asociadas y descubro fragmentos de telefilmes donde algunas modelos y actrices son tiroteadas, simulando muertes convulsas, con chorros de sangre que manchan paredes y espejos.


  El debate no es, en este momento, por qué existen dominios con esta clase de contenidos, sino qué clase de estrategia opera en nuestro cerebro para que, finalmente, se produzcan este tipo de vídeos, esta criba de contenidos basados en el asesinato y en golpes hacia las mujeres, qué perversas fantasías se desarrollan en una mente para que alguien decida montar películas de esta clase y subirlas a la web.

  Lo que me fascina es la elucubración, el preludio, el punto de partida que conduce a su consumo febril. No sé cuál es el siguiente paso. Seguramente no hay nada más detrás de estas simulaciones de muerte y torturas. Seguramente un asesino no dejaría pruebas tan evidentes de sus oscuras intenciones, de sus actuaciones futuras, de sus traumáticos sueños que desembocan en este sangriento masoquismo.

  Quizá no haya más que una perversión sexual, una parafilia, que encuentra placer, mucho placer, en la contemplación del daño y la tortura. La Internet se ha convertido en ese espacio de sublimación para dar rienda suelta a aquellos pensamientos que nuestra moral judeocristiana reprime. Qué obtienen, además de pasta, los actores y actrices de tercera que montan estos propios vídeos basados exclusivamente en esta provocadora insinuación de muerte.

  Me preocupan las miles de descargas y que existan internautas que una y otra vez reproducen estos vídeos para excitarse en sus solaces momentos de onanismo. Como si la insatisfacción de sus vidas les llevara a buscar en esa severa simulación de la violencia y del crimen, un espacio recóndito en que refugiarse para que sus fantasías más atroces sean una realidad mediática compartida por tantos y tantos seres humanos.
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