miércoles, 15 de octubre de 2014

Quieres sexo a orillas del Danubio, Nikki Benz, mientras la lluvia escampa


  No quieres que acabe mi tesis sobre los adjetivos en la prosa de Albert Camus porque solamente te interesa mi dinero y los reflejos sobre la superficie de las estancadas aguas. Los lobos que alquilamos han sido adiestrados durante estas dos últimas semanas. Los vecinos de North Island veneran tu cuerpo de muñeca, Nikki, y es extraordinario que sigas luciendo esos escotes y que hayas dejado el tabaco. Las ventanas tiemblan tras la muerte de la Osa Mayor y todo lo que observamos desprende un halo apocalíptico.

  Pero lo importante, Nikki, Nikki Benz, es que sigas obedeciendo al vicio, que tu desnudez, más impura que la ceniza, no descarte mis preferencias literarias. Estamos hechos el uno para el otro y el tótem que me regalaste por mi cumpleaños lo usas como un objeto sexual que vas erosionando poco a poco. Todo aquello que tocas y besas se consume porque tus labios no pertenecen a este mundo, fueron fabricados para la succión, para recitar a Shakespeare mientras la lluvia escampa, mientras los violines se desgastan lejos de la costa. Echas de menos el Danubio, sus cormoranes azules que aparecen tras nuestra ingesta de amapolas.

  No dejes que esa gente que camina por tortuosos senderos, por calles hacinadas de maleantes y traficantes de plomo, se fije exclusivamente en tus pechos. Eres una imitación de diosa, la descansada vida que un hombre como yo, sin dinero, necesita cuando enciende el ordenador después de una agotadora jornada de trabajo. No vuelvas con los coyotes ni con las personas corrientes. Ámame y luego llévame hasta Jericó.

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