¿Quién soy?


Manuel García Pérez nace en Orihuela (Alicante) en 1976. Es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia (2004) y Licenciado en Antropología Social y Cultural por la UNED (2010). Ha sido Premio Extraordinario Fin de Carrera en 2001, Premio Nacional de Educación Universitaria en 2000 y Premio Nacional Creación Joven de Poesía de Murcia en 1998. Además, comparte su tarea docente en Secundaria, en el IES Tháder de Orihuela, con su faceta de investigación en la Universidad de Murcia publicando libros y artículos relacionados con temas docentes y de Lingüística Textual.

Colaborador y redactor en revistas y periódicos como: Mundiario, TravelarteLetralia, Culturamas o Milinviernos. Entre sus publicaciones destacan: la novela infantil "Terra d´esperits", en Brosquil Ediciones (2005); la novela "La Memoria del Cuervo", en Códex Ediciones (2010); la novela juvenil "Rostros de tiza", en la editorial Germanía (2012); el cuento “Hermano” en los Cuadernos Alimentando lluvias del Instituto Juan Gil-Albert (2002); y libros de investigación científica como "Semiótica de la descripción: publicidad, cine y cómic", por la Universidad de Murcia (2007); o "Programaciones didácticas de Lengua Castellana", en MAD Editorial (2005). Recientemente editó su primer poemario, "Luz de los escombros", a cargo de la editorial Germanía.

Ha publicado en revistas nacionales de poesía como Calas, Álamo, Manxa, Los cuadernos del matemático, y en diversas antologías como en los Ciclos de Poesía Temática de Alicante desde 1999. Además, ha sido colaborador del programa televisivo El Mirador en Canal 34, en la sección de Literatura y cine, desde 2004 hasta 2009. 

Sus numerosas publicaciones científicas destacan en Revista de Lingüística Internacional VISIO, de la Universidad de Québec, codirigida por Umberto Eco; en Tonos, Revista de Lingüística Internacional, de la Universidad de Murcia; y en Revista de Antropología Experimental, de la Universidad de Jaén, entre otras.


     "La poesía ha sido siempre un ejercicio de autodestrucción en mi caso.

   La escritura, lejos del placer, es una necesidad que me sumerge en espacios desolados, en estampas turbias donde los osarios, el crimen, lo apocalíptico, la frondosidad frente a la sequía y toda suerte de aves, por ejemplo, se convierten en símbolos premonitorios de una existencia en continuo conflicto con la vida entendida como efusión o exaltación.

    No busco este sentido destructivo de lo que escribo, viene a mí y así comienza mi proceso de creación. Los escenarios y las acciones de aquellos que conviven en estos lugares hostiles advierten de las continuas catástrofes que pasan desapercibidas ante nuestros ojos, pero que están inmersas en nuestro organismo, en la propia naturaleza del paisaje, porque la vida es depredación y, en ese trance indómito, el hombre que contempla es el hombre que sobrevive".