sábado, 10 de octubre de 2015

Pido disculpas a mis alumnos por no enseñar la literatura que me emociona


A mis compañeros Jorge, Luisa y Mariano,
a nuestros alumnos.


Libro ardiendo, símbolo de 451º Fahrenheit.

  Tengo 39 años y, desde que comencé en esta profesión, he impartido clase a los alumnos de Bachillerato. Según pasan los cursos, descubro que es inútil, incluso dañino, enseñar literatura en aulas de más de treinta pupitres, con una inflación de asignaturas optativas que desmotivan al alumno más capaz.

  Tengo tres escasas horas a la semana en las que debo prepararlos concienzudamente para que superen una prueba universitaria donde inservibles conocimientos de sintaxis, morfología y mecanismos lingüísticos ocupan toda la programación.

  Quiero pedir disculpas a mis alumnos por no haber sido capaz de enseñar qué significa la literatura para alguien como yo, cuyos padres apenas fueron a la escuela, pues tuvieron que trabajar a edades muy tempranas para que en casa pudieran comer.

  Quiero pedir disculpas a mis alumnos por no emocionar a cada uno de ellos con profundos pensamientos que transformaron mi vida, cuando, delante de mi pupitre, también tuve torpes profesores de Lengua y Ciencias que hacían buenamente lo que podían.

  No puedo enseñar literatura en un sistema educativo que desprecia la sensibilidad y la crítica con su burocrática forma de entender la pedagogía. Soy un profesor que vive en la insatisfacción continua de no poder transmitir cuánto significa para mí leer y escribir, qué percepción tan compleja de la existencia, tan destructiva y fugaz, pero de una belleza incontenible, existe en el interior de los libros.

  Lo siento. Haré lo que pueda y evitando que la Administración me pida explicaciones, porque, pese a la adversidad, mi existencia sería una banalidad, si no pensara constantemente en Macondo, en Comala o en aquella noche que leí de un tirón Crimen y castigo. Experiencias irrepetibles, tan personales y azarosas, que nuestros políticos y sus asesores se han encargado de convertir en un mero contenido memorístico, trivial y esquemático.

  Porque lo importante es consumir libros de texto y no dejarse llevar hasta esos derroteros oscuros y malditos en los que la literatura nos revela que la vida merece la pena perderla, si es intensa y arriesgada.

  Pido perdón.

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