Lector apasionado y sensible a cualquier transformación artística de nuestro tiempo, Javier Puig reflexiona en el siguiente texto sobre la obra íntima de Karl Ove Knausgard. Agradeciendo siempre su amistad personal, os brindo con su magnífico análisis sobre una de las obras más controvertidas de estos últimos años.
Karl Ove Knausgård. |
"La última obra de Karl Ove Knausgard es la ingente Mi lucha, una novela autobiográfica dividida en varios volúmenes, de los cuales en España se han publicado, hasta la fecha, los dos primeros. He leído el segundo, Un hombre enamorado, y en él he encontrado un enorme caudal de fuerza literaria.
Su prosa, sin pretender el preciosismo, alcanza un gran nivel de consistencia. En realidad, se trata de un diario en diferido. Escribe sobre las vivencias de sus últimos años. Describe pormenorizadamente lo que ha visto, lo que ha percibido a través de su conciencia, y lo recrea sobre su reciente recuerdo. Elige lo que es digno de relatarse, lo que es significativo, y no elude sus contradicciones.
Noruego, Knausgard tampoco omite las críticas a la sociedad sueca en la que se inserta, a ese afán de perfección excluyente. Él no es un ejemplo de ciudadano normalizado. No oculta sus años de afición al alcohol, su pasión individualista. Su relato de la cotidianidad a veces deriva en verdaderos pequeños ensayos, en la increíble traslación de las frondosas e indagatorias conversaciones con su amigo Geir. Corre el riesgo de resultar demasiado obvio y rutinario en aquello que describe, pero solo cae en ese error en una pequeñísima parte de este extenso segundo tomo. Su lectura es cautivadora. Las vicisitudes que narra resultan muy interesantes, bien porque parten de una situación sugestiva o, en otras ocasiones, desnudo de apoyos relevantes, por su fina perspicacia al describir los detalles de una realidad aparentemente superficial pero que sondea hasta las profundidades que le resultan alcanzables.
Me parece estúpida la forma de expresarse Zadie Smith con respecto a este libro: “necesito del próximo volumen como una dosis de crack”, aunque sea un contundente y llamativo lema para promocionarlo. Yo lo leído con racional entusiasmo, sin mitomanías, sin dependencias, pero reconociendo un gran mérito en él: no me ha importado permanecer en sus 629 páginas muchas horas, en contra de mi proverbial reticencia a las novelas largas. Quizá porque aquí no se trataba de acceder a un demorado desenlace, sino de traspasar cada situación, cada época personal de un individuo que las describe con un gran sentimiento de implicación, con una inmersión que apenas da lugar a consideraciones pretenciosas, pero que consigue una elevación muy honrada. Ayuda que la prosa sea siempre clara, fluyente, que se abra magistral a la captación de una realidad en la que encuentra matices suficientes.
Nuestra vida no es solo lo que vemos, lo que sentimos, sino lo que pensamos de ella. Es esto lo hermoso y lo terrible, nuestra humana libertad o nuestra apremiante condena. El momento presente está supeditado al pasado, a nuestro recorrido hasta este presente lugar, a sus heridas y a sus sombras; y está intimidado ante las probabilidades del futuro. Nuestra vida puede simplificarse en un hilo de forzadas certezas o persistentes obsesiones, o puede exigirse la introspección, la comprensión de quien se es, eso tan hondo, casi ajeno, indomeñable. Karl Ove Knausgard, sin pretender visiones absolutas, incide en un relato pormenorizado de los hechos cotidianos, en la conciencia de sus sentimientos, en el afán de conocer su ubicación en su evolución incierta. Nos habla de la insistencia en el intento de dirigir nuestra historia, de los límites impuestos por la realidad, los encontronazos con la gente, los diferentes grados de afecto y su extrema volubilidad cuando se ha apostado mucho por ellos. No pretende certezas, se conforma con perseguir ciertas constataciones, con tener los ojos bien abiertos y las palabras bien dispuestas. El hecho de que sepamos que su narración parte de hechos reales tal vez actúe en nosotros de forma decisiva. Para empezar, no nos planteamos su verosimilitud. Nuestra capacidad crítica se centra en la valoración del acierto al elegir los pasajes relatados y en el nivel de riqueza que alcanza su expresión.
En literatura lo importante es lo que se ve, lo que se siente, lo que se piensa; es decir, lo que el escritor sea capaz de extraer de su conciencia, de su imaginación, para convertirlo, con una indeliberada o pretendida transformación, en palabras que intenten mostrarlo, explicarlo. Lo que se obtiene es un vehículo de transmisión de experiencias, un mundo en el que lector pueda reconocerse o contrastarse. Lo que narra Knausgard es la configuración de una vida a partir de con quién se está, nutrida en la dependencia de a quién aceptamos o quién nos invade. El novelista ejercita el arte de la observación, aquí no necesitada de montajes, de imposturas, de la necesidad de despistar, sino volcada tal cual en lo que se puede, limitando las elaboraciones.
No sabemos a qué profundas capas de intimidad ha descendido Knausgard. Supongo que se ha quedado a mitad de camino y ha omitido los más secretos e impertinentes sentimientos pero ha desvelado la realidad humana circundante captada por su perspicaz mirada. Esto tan solo habrá producido dolientes damnificados. Esos seres cercanos: amigos, esposa, suegra, padres, colegas, que, como todos, se sostienen sobre una autoimagen que se han forjado y que pretenden reafirmar en cada encuentro, en cada narcisista imaginación. Recibir el contraste de la sinceridad ajena, aunque no sea despiadado ni brutal, sino tan solo una serena matización, supone un impacto, una destrucción parcial de la propia idea de uno mismo, que cabe encajar con voluntad de renovada recomposición o que puede revolverse en una hostilidad inflexible. Tal vez no sea ético exponer intimidades ajenas como medio de consolidar una carrera literaria o para ayudarse a construir una reflexión sobre la vida propia. Yo no lo haría. Karl Ove Knausgard nos habla de los demás solo en aquello que a él le afecta. Los protagonistas no son ellos sino él mismo. No pretende profundizar en sus psicologías pero tampoco en las explicaciones definitivas de sí mismo. A veces lo parece, porque las sutiles descripciones del entorno y de su sobrevenida interioridad parece que contengan una intrínseca valoración, pero esta apenas ha sido buscada, sino que ha devenido en ulterior imagen, tan incisiva como tamizada por una humilde indulgencia.
Lo que encontramos en este libro es una prosa de sobria vehemencia, la expresión de una vida pensada que se nos transmite a través de la enriquecida visión que la buena literatura es capaz de desplegar. Knausgard nos invita a conocer su vida, nos la cuenta tal vez buscando un lector que la comprenda mejor que él mismo. Y su historia, aunque recorramos caminos distintos, nos incumbe, porque nos sentimos muy próximos en el mismo laberinto de la vida".
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