Lisa Ann. |
Pero Dios no perdona a gente como nosotros, que nos depilamos delante del televisor para que el sexo sea frenético y humillante, como en esas películas que tú, mi Lisa Ann, protagonizabas con los mandingos. Eran tiempos donde la rebeldía te sentaba tan bien como la silicona. Las barras de los bares suntuosos se llenaban de saliva y lubricante fluorescente. Eran los tiempos de los desfiles militares, de las cadenas televisivas que, en blanco y negro, repetían reportajes sobre mutilados en la Guerra de Vietnam o entrevistaban a surferos que amaban el suicidio arrojándose desde los acantilados. Eran unos verdaderos poetas. Como esos guionistas que trabajan en tus películas para que mostraras tu cuerpo de cierva herida, solamente consolada por el pálpito fálico de un rodaje agotador.
Dios no perdona a gente como tú, ni a escritores mediocres como yo, que te encierran en el maletero para que no temas la lluvia de sapos que siempre aguardamos en Sussex. Qué buenas tortitas sirven en la esquina de Montreal King .Qué colección de camaleones tengo en casa y qué poca fe hay en que ese tatuaje de serpiente inmortal te salve del castigo. No hagas más footing por Cleavence Street, pues los coches de repente atropellan a los hipnóticos pingüinos que quieren desesperadamente coger un taxi. Amén.
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