Tusquets Editores, 2011.
Reseña | Fuente: Presunto Magazine |
Al igual que en otros textos del autor, la novela de Orejudo es una crítica demoledora a varios pilares fundamentales que los escritos sobre la posmodernidad han ido asentando como válidos resortes de la prosperidad y del progreso: el cientificismo, la contracultura y la universidad como lugar de encuentro de poses y endogamias con una moral claramente derogada de antemano.
A través de un perdedor congénito, como el profesor Cifuentes, el narrador revela la decadencia moral de una sociedad que vive en la superficie de las afecciones, donde la frivolidad de los sentimientos y la culpa son un lastre insignificante para apurar los placeres de los días. Así, Orejudo, con una trabajada estructura, que maneja diferentes voces y espacios, articula un discurso narrativo dinámico y autosuficiente que capta enseguida nuestra atención. La diversidad de acciones y obsesiones del protagonista sobre las hormigas, sobre la probada infidelidad de su mujer, o las controvertidas opiniones que le merecen las aspiraciones vitales de su hijo Edgar constituyen un mundo tortuoso, desvalido, que roza la demencia en Cifuentes, dentro de un contexto universitario, de presumida racionalidad y ortodoxia.
La estructura de la novela parece sencilla, pero no es así; nuestro autor calibra muy bien los tiempos, la tensión de los personajes y sus encrucijadas para relatar la historia de un profesor mediocre, incapaz de aspirar a las grandezas de un espíritu predestinado al humanismo, y de un sinfín de secundarios, acólitos de las perturbadas desventuras de este especialista en Pemán. Recluido en su propio fracaso, el profesor Cifuentes se caracteriza por su hastío, por una incomprendida ética que, en modo alguno, corresponde a los entresijos de las corruptelas que la universidad ha ido trabando desde el franquismo hasta nuestros días.
Al igual que Eduardo Mendoza, las vicisitudes académicas se ubican en un género típicamente detectivesco, no exento del sarcasmo y de una fina ironía que necesita usar la exageración y escenas del absurdo para operar en ese placer de una lectura amable, al mismo tiempo que despiadada con sus protagonistas y el mundo que los rodea. Los retazos de autobiografía, los flash-backs, que incardinan los recuerdos de los personajes con las desventuras pormenorizadas del acomplejado Cifuentes, colocan la narrativa de Orejudo en una tradición literaria que explora en el episodio, en la anécdota y en la omisión del adjetivo, la farsa de nuestras universidades y de su intelectualidad, como también el cuadro cómico y la vanguardia de Poncela o De Laiglesia.
Lo que le queda a Cifuentes, después de su fracaso académico y sentimental como esposo y padre, es revelar la corrupción de la universidad, a la que tanto debe y que tanto le ha hecho sufrir, o vender por fin su alma al diablo y ponerse el mundo por montera.
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