Mi reseña en De lectura Obligada sobre Poemes de la nina libèl·lula, de Miquel Català, editado por Editorial Germania Comunicació.
La poesía que Miquel Català recoge en este nuevo libro se caracteriza por esa voluntaria brevedad que convierte al poema en un horizonte de continuas expectativas, pues lo dicho, por su concisión, quizá es menos importante que lo no dicho. El silencio y lo comunicado se compensan en esa unidad metamórfica que es un poema que parece sencillo, pero cuya hondura se manifiesta por la depuración formal que ha experimentado. Sin duda, esa depuración es síntoma de la necesaria búsqueda de un espacio inconcluso, significativamente diáfano donde el poeta alberga su voz de renuncia a cuanto se deja manipular por los sentidos.
Y Miquel logra ese efecto atrayente y disuasivo tomando como referencia la inocencia de una infancia soñada, más que recordada: “la lluna/la poesía/les illes/i tu/ la mar/ els estels/el firmament/i tu/ itineraris que m´asserenen” (pág. 11). Aparece en el poeta esa dura reflexión sobre el lenguaje que condensa lo universal en lo particular, esto es, la belleza mínima corresponde a una sistémica mayor, devastadora e inconmensurable que el lenguaje es incapaz de formular sin el símbolo. Lo invisible se hace visible en el temblor, en el azote del viento o en una caricia.
La selección de un léxico basado en sustantivos concretos reconcilia al creador con un mundo aparentemente real, fijo en la memoria, sin ambages, pero, al leer el poema, lo que sucede es la difusa consideración de un mundo perdido, lleno de añoranzas. Aquello que parecía permanente se torna en una ensoñación, en una merecida ensoñación que la palabra inútilmente intenta descifrar. Los espacios en blanco, como las palabras, son lugares por descifrar: “la nena que portes dins/ no li agrada aquell cel negre/ per çò tanca els ulls i pensa/ un desig de benvolença/ i bufa tot de llavors/ que faran florir les roses/ endur-se la maltempsada/ i amb ella totes les noses” (pág. 22)
Es merecida esa ensoñación porque el único refugio que le queda al poeta, frente a la incertidumbre y las paradojas del presente, del futuro impredecible, es el asilo de la infancia, de otro cuerpo, de la propia naturaleza contemplada como un dichoso espacio de luz y protector: “clou les palpebres/ alena el blau inmens de la mar” (pág. 23). Porque cada poema recuerda esa intrigante sentencia de Kerstész: “(…) mi existencia como posibilidad de tu ser”.
Poemes de la nina libèl.lula recurre a tópicos modernistas como el ímpetu del mar, la frondosidad de los bosques, la eterna resonancia de los estímulos que percibe el ser humano y que transforma en palabras diluidas en un espacio en blanco que Català impone como un texto polisémico, por revelar cada vez que releemos sus versículos, prendidos en la página por accidente, pero rotundos en su emoción: “he descobert/ que puc ser l´home/ més feliç de la terra” (pág. 41).
El hecho de recurrir a esta “poesía del silencio” con versos que son palabras y escuetos sintagmas acierta con la iniciación de la infancia propia, con el torpe balbucir del niño que asoma a la realidad inédita, a una realidad comprendida a través de sus ojos intuitivos: “el meu petit món/ és tan petit!/ és tan petit!” (pág. 20). Todo lo que queda ante la vida está por descifrar y lo que atrás quedó son retazos de una plenitud, en gran parte inexistente. En un verso de Miguel Veyrat también encontramos esa analogía: “Lo nuevo sin sombra aguarda en la poesía”.
Solamente la presencia del otro rehúye continuamente la soledad del mundo y de la propia escritura: “abraça´m fort/ estimada/ no vull ser l´home/més covard de la terra” (pág. 43). Enhorabuena, Miquel, por este gran trabajo.
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