martes, 12 de noviembre de 2013

A propósito de William Faulkner

Gracias a la revista Tarántula Cultura por publicar mi texto sobre Faulkner y por colaborar con vosotros en esta andadura. Gracias a los lectores.


    Siempre tengo motivos para escribir sobre la literatura de William Faulkner. No voy a revelar nada nuevo sobre la construcción de su imaginario, pero necesito por instinto, después de revisar obras como La mansión o Luz de agosto, volver a entrar en su discurso literario para percatarme de su talento para todo escritor iniciático.

    En primer lugar, destacaría la descripción del costumbrismo en sus novelas y relatos, donde el paisaje y las maneras de comportarse por parte de las gentes cobran tal verosimilitud que parecen trasladarnos a un mundo impropio de nuestra realidad, ajeno incluso a los tópicos espaciales y temporales que tenemos archivados en nuestra memoria sobre la América profunda. Su realismo es exótico con intención y, pese al énfasis de su decadencia, el lirismo de sus descripciones rescata la belleza de esa pobreza congénita y el esplendor de los páramos incandescentes donde siervos y terratenientes conviven impuestos por un orden natural de las cosas que se basa en la estructura de la desigualdad. El esclavismo y la reclusión del “negro” o del “mestizo” contrastan, por ejemplo, con la irracionalidad del patrono y de sus descendientes.

    En segundo lugar, la heterogeneidad de discursos dentro de su narrativa convierte su proceso discursivo en una interpretación de su realidad concreta en multitud de matices; cuento, poesía y guion cinematográfico reconstruyen continuamente ese mismo espacio de bosques y llanuras; un mundo fronterizo entre realidad misma y su percepción díscola e ilusoria.

    En tercer lugar, no quiero reparar en esa acostumbrada forma de definir a William Faulknercomo un transgresor de la estructura narrativa moderna, ni como un creador de antihéroes autodestructivos; no, no creo en ese análisis dominante, sino en la definición de un escritor costumbrista, con una intencionalidad manifiesta de superar los límites de la narrativa decimonónica desde la mezcolanza de géneros. Considero la literatura de Faulkner como una literatura realista que describe los vicios y las desdichas de una sociedad rural que lucha por sobrevivir; unas gentes que subsisten ante la adversidad de la pobreza, los imperativos del caciquismo y los conflictos sociales que genera el esclavismo y la exclusión racial.

    Las historias personales de Gambito de caballo o El ruido y la furia configuran una genealogía mítica y legendaria por su recurrencia y por su buscada analogía con los héroes clásicos, pero sin abandonar las limitaciones geográficas de un mundo que existe realmente pero que, en su narrativa, adquiere un significado poético inmenso, lejos de la decadencia moral de los personajes y contextos de Dostoievsky o Steinbeck. Su narración jamás olvida los rudimentos del cuento popular y de la poesía descriptiva; su creíble transgresión es que, sin renunciar a lo tradicional, consigue fascinarnos con un espacio concreto y cerrado, donde el Sur parece un confín todavía irreal.

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