Mi reseña en Mundiario sobre la novela La predicción del astrólogo, de Teo Palacios.
Barcelona. Ediciones B, 2012.
Reseña | Fuente: Mundiario |
Considero que la significativa moda por leer algunos géneros, como es el caso de la narrativa histórica, no solamente se mueve por estrategias comerciales, sino también por una necesidad colectiva de recuperar una realidad perdida, pues el lector necesita evadirse de estos tiempos que corren frustrantes y sin esperanza.
Teo Palacios y su novela La predicción del astrólogo (Ediciones B, Barcelona, 2012) forman parte de esa corriente que, desde hace más de una década, se cultiva en nuestro país con notable éxito, como síntoma de esa decepción moral ante una realidad emponzoñada, y además, en el caso del autor sevillano, porque la narrativa histórica es un espacio de investigación donde la escritura se torna en una forma de conocimiento, en una revisión consciente de vidas ajenas que la tradición histórico- literaria ha mitificado: “Antes de que el sol comenzara a declinar, el campo de batalla había quedado en silencio, roto solo por los gritos aislados de algún triunfador o los quejidos de alguno de los moribundos. Algunos cuervos ya se acercaban para participar del festín. (…) Aquella noche comenzó el saqueo de las granjas y las aldeas cercanas. Pero Abu al-Qasim no llegó a verlo” (pág. 39).
La novela de Palacios es fiel al género histórico, pero no hay atisbos de calco anglosajón. Su novela se caracteriza por su mezcolanza de discursos y tradiciones narrativas, y esa intención es un acierto en la construcción textual. Su manierismo, sus idealizaciones, sus diálogos, desde el primer momento, están dirigidos al entretenimiento, a lúcidas aventuras que se acomodan a esa tradición de novela morisca y bizantina con un trasunto histórico inspirado en la vida de Al-Mutamid, último emir de la Taifa de Sevilla. Amores y rituales de lucha reconcilian al hombre con su tiempo y al lector con ese tiempo idealizado que construye el escritor.
La novela no es una biografía ficcionada, sino que la vida del emir es el pre-texto que nos introduce en relaciones más complejas entre personajes secundarios. El trabajo de documentación está perfectamente asimilado por la estructura literaria sin que haya espesas digresiones y extensas diatribas enciclopédicas sobre las intrincadas luchas entre cristianos, almohades y almorávides. Porque la novela presenta las características propias de la novela de aventuras sin renunciar al melodrama, a la novela de fatídicos amores, donde los roles de héroes y antihéroes están bien diferenciados: “Ibn Ammar no replicó, ni siquiera parpadeó ante la réplica y la falta de respeto que le dedicaba el hijo de su enemigo. Se limitó a mirar fijamente a al-Mutammid, que clavaba sus ojos en él al mismo tiempo (…) Cuando el rumor de las cadenas se apagó, al-Mutammid volvió a centrar su atención en el matemático, dejando de lado a Abu-Becr, que rechinaba los dientes”. (pág. 383).
Destacaría, además, el cambio de voz narrativa en su Cuarta Parte para romper con la omnisciencia del escritor y dotar de mayor protagonismo a la novela de personajes. La agilidad de las secuencias de acción es otra de las características estructurales de notable consistencia. Las transiciones entre las secuencias están perfectamente solapadas y las acciones son ágiles porque Palacios intenta crear múltiples lances y hazañas en varios tiempos a la vez. Quizá, en ocasiones, abusa de ese recurso, omitiendo momentos y espacios que son necesarios analizar con mayor detenimiento, pero cierto es que el relato gana mayor fluidez y dinamismo para multiplicar las acciones en pocas páginas.
Los personajes femeninos atraen porque responden a esa investigación del género que Cervantes introdujo ya dentro de su narrativa inmensa; son mujeres idealizadas, etéreas, por un lado. Sin embargo, su poder de seducción y de convencimiento se traduce por acciones determinantes, fustigadoras, que se imponen al juicio de los hombres: “Ibn-Abdun no pudo esperar a que llegara la medianoche. Paseaba entre los guijarros desde la puesta de sol, o se sentaba en alguna roca para, poco después, levantarse y caminar hasta el tronco de un árbol cercano (…), esperando la llegada de Naylaa, la niña que se había convertido en mujer, la amiga que había dejado en su interior la semilla de una mirada grabada a fuego que volvía a encontrar tantos años después” (pág- 148).
La profundidad psicológica de los personajes históricos no es la motivación de la novela, sino el relato de una época en la que los actores se incorporan para ser víctimas y héroes al mismo tiempo. Quizá es la característica que más asemeja La predicción del astrólogo a la narrativa de Follet o de Berling: la fascinación por el tiempo histórico frente a la reflexión psicológica sobre esa época y sobre quienes sobrevivieron a ella. Lo novedoso es, para quien escribe, esa fidelización a la tradición de la narrativa bizantina así como la ambientación de la historia en una época poco investigada literariamente.
Palacios no es pretencioso, aunque a veces su lenguaje lo parece por su predecible ornamento, pero esas metáforas son coherentes con el idilio entre los héroes y los personajes femeninos, contribuyendo a la atmósfera de evasión que procura su escritura: “Al- Mutammid se acercó con delicadeza a la mujer que amaba, le tomó la mano que tenía sumergida en el agua, y, uno a uno, sorbió el agua que se escurría de sus dedos. Pero ella siguió en silencio”. (pág. 259).
El mundo del ajedrez, lo onírico, la matemática, la traición, los amores intensos y frustrados, las batallas y la ciudad como espacio versátil y lleno de vida son algunos de los tópicos que inciden en ese acertado exotismo. La predicción del astrólogo recupera un idealismo necesario para sobrevivir a los estragos de lo contemporáneo: “Los abuelos de mis abuelos eran los dueños del desierto” (pág. 507).
Enhorabuena, Teo.
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