Óleo | Fuente: Roberto Ferrández Entrevista | Fuente: Mundiario |
Estamos en una terraza, frente a la Catedral de Murcia. El pintor se toma un café. Cuando salimos juntos, suele imitarme en cada decisión, por mínima que sea. La mirada de Roberto es lánguida, con la suficiente consistencia para estar atento a lo que digo, pero también con una desidia necesaria y perdonable para perderse en el vacío. Detrás de nosotros, unas parejas hablan en voz alta. Roberto suele buscar el silencio. Susurra algo y voy anotando. Curiosamente uno de sus mejores lienzos es un paisaje con catedral. Quiero que mis preguntas sean escuetas; ahora que se ha relajado y profundiza en cada frase.
Heredero de la escuela pictórica de Antonio López, el pintor de Orihuela (Alicante), Roberto Ferrández Gil, conversa para Mundiario tras exponer el pasado mes de mayo en la prestigiosa Sala Chys de Murcia.
- Manuel García: ¿Qué significa exponer tus nuevos lienzos en la sala Chys?
- Roberto Ferrández: Exponer en Chys es una oportunidad irrepetible, pues es la galería decana de Murcia y por aquí han pasado los mejores pintores de España y, aunque es la tercera exposición en esta sala, estoy ilusionado como la primera vez porque ha sido un enorme éxito de crítica y de público, incluso algunos guías turísticos han entrado a verla con grupos felicitándome.
- M.G.: Desde que te conozco, tu forma de crear ha estado unida a la música clásica. En estos últimos trabajos, parece que esa cualidad es más visible.
- R.F.: Pues fíjate bien, escuchando hace poco “O Yesu dolce”, del Quattrocento italiano veneciano, he vivificado la teoría del paraíso terrenal según “San Bosco”, tan homenajeado por Passolini en sus películas donde parece que la aventura de lo intrahistórico fluye con serenidad. Esa evidencia conecta con mis "intrascendentes lienzos", donde parece que no pasa nada. Me atrae desde siempre el concepto del horror vacui a mi manera, es decir, componer multitud de detalles en cada obra como si hubiese muchos cuadros en uno. Porque mi predilección son las grandes masas corales evidentemente a la hora de pintar y ese efecto recuerda mucho a las sinfonías.
- M.G.: En esta última década, has sufrido mucho con la búsqueda de un lenguaje propio e intransferible a la hora de concebir tu pintura. ¿Cómo definirías ahora esa ardua evolución?
- R.F.: Mi evolución va del abstraccionismo hasta el expresionismo y, a partir del 98, me centro en obras minuciosas de pequeño formato donde la pincelada -digamos- que está escondida hasta la posterior liberalización de ésta. Dejo las obras matemáticamente inacabadas, interesándome por los espacios panorámicos con pinceladas grandes (Pedro Soler así lo afirma en la revistaAbabol respecto a mi obra) o por un tímido costumbrismo con técnica talentosa (como dice Luisa Noriega Montiel organizadora de la Bienal de Florencia). Ahora estoy volcado en el esplendor de las calles donde represento casi todo lo que suele acontecer en ellas normalmente.
- M.G.: Supongo que esa lucha, Roberto, por la búsqueda de un lenguaje nace del convencimiento de que la pintura comunica desde la imposibilidad. ¿Es necesario que el cuadro lo acabe el espectador?
- R.F.: Me preocupo por un esforzado mensaje entre emisor y receptor. Quiero que el espectador sienta emociones, pero que valore a la vez otra mirada, consistente en el esfuerzo que hay depositado en los lienzos por mi parte. Desde el punto de vista técnico, es bueno que el visitante “acabe” la obra como hacemos cuando vamos a ver a mis admirados Goya, Manet, Velázquez o El Greco, en donde la técnica es abreviada pero verista. Intento pintar motivos actuales para crear esos espacios de búsqueda de los símbolos (es decir indumentarias, andamios, carteles, asfalto, vehículos, gente obesa, bodegones modernos, actitudes superficiales o rostros con predisposición consumista o de admiración ante espacios emblemáticos).
- M.G.: Tu vida en el estudio es silenciosa, casi monacal y trabajas con constancia. Cada vez que entro en tu casa, respiro ese aire de trabajo y una atmósfera espiritual que enfatizan tus discos de clásica en el ambiente.
- R.F.: Bueno no hay más remedio, aunque está el trabajo oscuro, los albores del lienzo en blanco donde el no pintar supone mucho esfuerzo, pues descartar a veces es penoso. Y, sin embargo, no soy hiperrealista de veladuras, prefiero que cada lienzo parezca una pintura, si cabe espontánea, como un soplo, aunque parezca contradictorio.
- M.G.: La desidia o la pereza pueden ser un problema para el artista en determinados periodos que lamenta no estar activo.
- R.F.: Interesante razonamiento. Decía Manet que nada de deberes. Creo que la gente te ve relajado o absorto en minucias y se cree que Roberto es un hedonista, pero es parte de la pintura. Si estás relajado, rindes mejor. Digamos que es un equilibrio sin llegar jamás a la indolencia o al desapego de monje oriental.
- M.G: ¿Y si hablamos de influencias después de todos estos años, Roberto?
- R.F.: Me seducen los artistas que son capaces de decirlo todo con cuatro pinceladas. Prefiero la memoria y la concisión que obligue al público a reflexionar. La locuacidad es tediosa en cualquier campo, así es como me siento dueño y señor de mi obra . Detesto lo relamido o la técnica como fin en sí misma.
- M.G.: Francis Bacon temía contemplar los cuadros de Velázquez, porque se consideraba inferior al maestro de Las Meninas. ¿Te sucede algo así con algunos creadores?
- R.F.: Si te refieres a dejar de pintar tras ver un Velázquez, entiendo a Bacon, aunque la pintura es expresión como cualquier emoción y tienes que seguir, aunque hoy en día no hay tanto respeto y sacralización frente a los genios. Hay óleos que producen un sacro horror como La Olimpia de Manet. Imagínate un miserable arcano de la sociedad potenciado como ídolo, aunque cierto público hoy en día todavía se escandaliza al ver un desnudo. Pero el realismo tiene ese esplendor para lo políticamente correcto como para lo inaceptable. Me impresiona ese tipo de pintores que conserva la barbarie primitiva y el que ve poesía en objetos o seres considerados innobles o insignificantes como un simple turista de los que tanto he pintado.
Los pintores me hunden y me rescatan del erial que supone a veces la existencia cotidiana. Debería abatirme más viendo a veces la indiferencia de la sociedad ante el arte y el acercamiento de este a ella, a expensas de prostituirse, como si el arte, por ejemplo, tuviese algo que ver con ese buenismo que tan acertadamente has criticado en tus novelas juveniles. Me hundo. Sí, al ver a los grandes genios, pero hay que ser irónico y verlos como que están presentes en mi creación, no como modelos a los que debo seguir. Son el material del que puedo servirme.
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