La consistencia del mundo en un lienzo comprende aquello que el pintor indaga con la voluntad de reflejar inútilmente una realidad inconclusa. Ese afán de aprehender la totalidad, desde los matices de significado que el ímpetu y el desfallecimiento de las impresiones otorgan, define la trayectoria pictórica de Roberto Ferrández a lo largo de estos últimos años.
Su formación realista ha explorado paradójicamente el carácter simbólico de los espacios, su trascendencia, profundizando en la superación de los estímulos sensoriales para comunicar significados que permanecen ocultos o que resultan inescrutables desde el lenguaje ordinario.
La pintura de Roberto Ferrández no es un ejercicio mimético. Es una forma de sugerir que nuestra existencia necesita configurar otros lugares de sentido para sobrevivir, para que el creador y el espectador aporten significados que, lingüísticamente, son incomunicables. Solamente desde esa carencia que la pintura significa, los lienzos adquieren nuevas interpretaciones que, si bien no nos acercan a la totalidad del sentido, traducen impresiones difusas y al mismo tiempo reveladoras para quien los contempla.
El hipnotismo de sus lienzos arraiga en una eficiencia técnica donde la figuración funda reconocibles terrenos por explorar con sobrecogido interés, aunque cabe una pauta subyacente de carácter geométrico en su composición. Considero que existe una intemporalidad atrayente en sus cuadros, pues las calles, los edificios, el paisaje y sus contrastes de deshecho y luz, las gentes que bullen en los exteriores, se articulan como motivos de reflexión que necesitan el lenguaje de la pintura para su observación y su comunicación, lejos de la conversación propia.
Lo que escapa al lienzo no existe en realidad porque la pintura de Roberto Ferrández asimila el mundo y lo reinterpreta, exhumándolo de sus contornos predecibles y de su apariencia verdadera para profundizar en su presentimiento de eternidad. Todo transcurre sin premura de la muerte, consintiendo que nuestra mirada reconozca, en los aspectos de lo que evocan sus trazos, lo simbólico, lo mutable, lo impredecible. Su realismo comprende insinuación, sugerencia, levedad, estremecimiento, para que nosotros podamos componer el discurso que aloja la sutileza de sus trazos, el mundo que vive y se destruye en la contemplación del paisaje y de sus ruinas.
La cualidad lírica de lo que se agita y permanece en sus pinturas es lo que aleja precisamente el trabajo de Roberto Ferrández del hiperrealismo y convierte esa escuela en una tendencia, en una forma de expresión, no en la finalidad misma de su creación.
El flujo de luz continua, las atmósferas crepusculares, los interiores al abrigo de la reflexión artística, por ejemplo, involucran silenciosamente a vosotros que, ahora, avanzáis por esta breve galería y os detenéis en el indeterminado lenguaje de los espacios que reproduce cada lienzo. Una vez que nuestra mirada es penetrada por la fuerza y la decadencia de estos cuadros, lo que parece relativo, insustancial y monótono en las afueras de la pintura, recobra su incertidumbre y pasión al saber que el mundo puede ser creado, nuevamente creado. Y no, por primera vez, se nos concede el don de desprendernos del que somos.
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