jueves, 14 de noviembre de 2013

La poesía de Veyrat

Mi reseña sobre Poniente de Veyrat en Presunto Magazine.

Reseña | Fuente: Presunto Magazine

     La poesía comprende una forma de comunicarse que, Wittgenstein, incluía en lo místico; aquello que no se puede decir. Lo intraducible, sin embargo, necesita incluso de la lengua para manifestarse, para explorar sus límites expresivos en cuanto a significado y forma. Lo que sucede en la poesía de Veyrat, como en la poesía de románticos y malditos, es que la forma se convierte en expresión de un mundo con límites franqueables: “Ahonda la lengua/ un surco, afinando aquel acorde/ que te hará virgen de nuevo. / Ella se torna en yo –sin dejar de ser aquél, / en inocente alfabeto/ de lengua también muera” (pág. 47).

      Es un mundo con límites franqueables porque la poesía de Veyrat prende en el mundo de los márgenes, donde las realidades no son enteramente fijas e inmutables, donde los referentes son dinámicos y adquieren una densidad semántica mayor según la forma del verso que el poeta maneja con técnica rigurosa, consciente porque la turbación está en la experiencia previa a la escritura: Expulsarme/ para siempre de este territorio/ que no pude elegir y no es el mío” (pág. 88). El problema de “nombrar más allá de las cosas” es tangible en la forma con la que Veyrat desarrolla la estructura versal. En ocasiones, consigue que lo adjetival y lo verbal se sustancien como si el sustantivo fuese prescindible. Su mundo literario es sustancial y en lo sustancial incorpora la acción y el accidente: “Sí. Yo soy la Cosa y acaso/ el Otro primordial/ que alimentó tus peores sueños./ Soy quien arde solo/ bajo la zarza. Tu objeto/ perdido según Lacan. Yo/ el imposible (…)” (pág. 82)

      Escribió El Greco sobre la pintura de Tiziano que era “primera luz” y esa “primera luz” que refunda el mundo en Poniente proviene de un mundo increado que solamente existe desde la escritura personal de Veyrat, pues la realidad sostenida en los versos depende de la experiencia de la vida en el lenguaje y del lenguaje mismo que lastra con inefable sensibilidad: “Deja/ que el lenguaje/ te domine –que/ penetren en ti los verbos/ como duras pedradas por los sesos.” (pág. 40).

     Poniente, en Bartleby Editores, comprende el trabajo riguroso del creador que despierta a la experiencia desde el lenguaje y que reconoce el convencimiento de su derrota. Veyrat sabe que el hecho de profundizar en la totalidad con el lenguaje es inútil, y, sin embargo, necesario para explorar las posibilidades que resurgen desde la visión caótica y azarosa del mundo: “Querría interceptar este rayo que/ se alza desdeñoso ante la palabra perdida que aún/ no puede pronunciarse” (pág. 23).

    La aceptación de esta derrota conviene que el poema, surgido de la conciencia, sea una experiencia interna que se verbaliza desde la carencia del lenguaje para expresar lo sentido, aunque Veyrat supera esa pérdida desde la virtualidad de su intuición y de su técnica. En palabras de George Steiner, la poesía, pese a su incapacidad para nombrarlo todo, dará al hombre una morada: “(…) Y prácticos verbos/ para recrear dolor/ o amor sobre distintos objetos. / Y creer así que existimos,/ hasta quedar mudos para siempre” (pág. 69).

     Fiel a su simbolismo de resonancias clásicas y anglosajonas, sus versos, con un acentuado progreso de depuración a lo largo del tiempo, fundan el mundo desde la metáfora y desde la intertextualidad. Lo que conduce a Veyrat a su convicción de que el verbo destaca sobre lo visible, pues precisamente el mundo es in-visible a través de la palabra como forma, como reverberación de otra palabra que intenta definir lo real. Y el verbo es cosa; por eso es visible: “Fango fango negro adán. Fallaba/ el instrumento: Apelaron más poetas/ para medir lo exacto. Mas voces/ mal traducidas transitan turbia/ rapsodia gas cristalizado. Abolida/ John Donne tu profecía. Thou shalt not die!” (pág. 115).

     Nada es accidental en la poesía de Poniente. Todo está sustantivado bajo la querencia y la imposibilidad; en ese conflicto madura su lenguaje incandescente, de barrocas resonancias: “Si pensar el mundo fuera hacerlo de nuevo/ más valdría saltar la página –y ni/ siquiera escribirlo. Quiero/ hoy pensar contra mí mismo/ y borrar hasta mi nombre”. (pág. 88)

      Sus anotaciones, sus ecos metaliterarios, sus citas, el uso del inglés, por ejemplo, evocan esa mismidad literaria que el verso de Veyrat necesita para comunicar el-más-allá-de-la-vida, el-más-allá-de su propia literatura desde otras voces como Pound, Leopardi, Mallarmé o Machado. La búsqueda en vano de los profusos significados que no distinguen lo real de la experiencia literaria aleja a Veyrat de todo sentimentalismo y tono elegiaco.

      Su poesía pertenece a la incertidumbre, a la necesidad por averiguar, sin conciencia del tiempo, la capacidad del verbo. Su epifanía, cuando prende su voz auténtica en la memoria de unas páginas escritas por un desasosiego silencioso: “Sobre un arco de mente en mente funda/ las formas de alzar techos/ al viento con la luz pautada en palabras/ o cifras de febril amargura. / Así elevaste tú estos cantos en su honra.” (pág. 131).

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