Artículo | Fuente: Presunto Magazine |
Si manifiesto en este momento que La metamorfosis es un texto por indagar, es porque estoy convencido de que la escritura de Kafka sigue influyendo en la literatura contemporánea y reflejando gran parte de los problemas sociales que nos acucian, entre ellos, como declara Castilla del Pino, la incomunicación y la carencia de leyes igualitarias. La anomia en los medios de comunicación, en las instituciones administrativas y en la acción política se ha normalizado y el individuo, consciente de esta adversidad, no arriesga a romper con sus patéticas expectativas.
Pese a la gran cantidad de estudios dedicados a su obra, queda mucho por descifrar en los textos de Kafka, precisamente porque su actualidad y su vigencia están supeditadas a los cambios sociales y culturales que experimentamos, siendo el ciudadano de clase media, en la mayor parte de las ocasiones, una víctima, más que el ejecutor de esos cambios políticos y tecnológicos.
Sus narraciones, llenas de arcos ciegos y de galerías inexploradas, nos conmueven por la falta de una interpretación precisa y absoluta. De acuerdo con las tesis de Deleuze y Guatari, la soledad del autor en su mundo real y en su mundo literario nos traslada inexorablemente a otra conciencia, a otra sensibilidad, que las sociedades europeas experimentaron con la pandemia del antisemitismo.
El contrapunto de La metamorfosis y de otras narraciones radica en la condena que deben soportar sus personajes, encerrados dentro de unos espacios comunes (una habitación, un circo, una taberna, una pensión, …). En esos lugares herméticos, la perplejidad de los sentidos y su perturbación sustituyen a la racionalidad de lo que consideramos convencional y ético.
La verdadera modernidad de Kafka reside en su voluntad de narrar desde el escepticismo, profundizando en un mundo sensorial claustrofóbico al mismo tiempo que onírico. Esa modernidad es la que traspasa el tiempo por su carácter simbólico, evocador y trascendental.
Kafka es siniestro, sin querer serlo.
El desasosiego en su manera de contar lo literario se manifiesta desde esos espacios cotidianos, en los que es imposible predecir que la fábula más pavorosa, la transformación y el terror sucedan de esa forma inmediata y rotunda, con calma incluso, sin capacidad para que el lector reaccione, pues asume, como los personajes del relato, la trágica deriva de un destino escrito antes de que nazca el condenado.
Gregorio Samsa despierta convertido en un inmundo bicho que desconcierta a toda su familia. Nada parece asustar al protagonista, salvo la prisa por no faltar a su trabajo y no defraudar al gerente de la empresa. Del trabajo de Gregorio depende el bienestar de cada uno de los miembros de su familia, quienes, al intentar cuidarlo, exhiben, sin pudor, el egoísmo, la homofobia y la carencia de empatía como síntomas de una patología congénita que no tiene cura, salvo que Gregorio desaparezca para siempre.
Paradójicamente, los nuevos manuales didácticos que estudian La metamorfosis prescinden de conocimientos fundamentales que Kafka, por su condición de judío, incluyó conscientemente, también de manera accidental, en sus relatos. Lo que siempre me ha fascinado de la literatura kafkiana ha sido el sustrato onírico extraído de lo religioso, no como una influencia de sus creencias, sino como un material literario de ambiciosas posibilidades estéticas. La poética comprendida en La metamorfosis demuestra que pertenecemos al mito, que lo necesitamos para fundar la luz y la decadencia de nuestro tiempo. El sustrato de mitos judeocristianos que subyace en este relato apenas se percibe, porque Kafka no deja de ser un novelista que asimila lo religioso como un mecanismo estético para denunciar la incomunicación y el desencantamiento del hombre moderno.
Su narrativa es metódica, sobria, lineal en la mayor parte de las ocasiones, con una estructura de cuento tradicional, pero esa estructura es un pre-texto que alberga un mundo alucinógeno, ajeno al realismo narrativo y a nuestra forma lógica de comprender el mundo. Kafka trabaja ese mundo ficticio desde el simbolismo, con un sarcasmo macabro que sus personajes, condenados desde su nacimiento, asumen con resignación. No hay héroes épicos en La metamorfosis ya que el héroe es un engendro que nos revela la identidad demoníaca y sin escrúpulos de una familia que apenas muestra su afecto hacia la desgracia de Gregorio, a quien el destino ha malherido mutándolo en un insecto.
No olvidemos que Kafka es un escritor judío que vivió en Praga, una ciudad llena de leyendas vampíricas y de golémicos espectros. El judaísmo como el cristianismo son religiones sincréticas, cuyas alegorías nutrieron la imaginación del escritor y que apuró en su relatos: el Padre crucifica al hijo, Adán y Eva son desterrados del Paraíso, Caín y toda su estirpe son condenados para toda la eternidad, el pecado original es la causa de los males que sufren los hombres, el ángel exterminador obra en nombre de Dios para acabar con los infieles durante el éxodo hacia la tierra prometida, la palabra del Cábala invoca el mundo, etc…
A todo este material religioso se suman las leyendas vampíricas que circulaban por el gueto judío de Praga y que acrecentaron el antisemitismo por toda la ciudad. Kafka fue consciente de que las supersticiones y los recelos justifican el oprobio y la marginación, incluso el asesinato. Comparto hoy, más que nunca, las palabras de Sultana Wahnon, al sostener que la situación de Kafka es la propia de ese “judío imaginario” que casi no sabe lo que es el judaísmo, pero, en su forma de escribir, sobrevive el interés literario por las metáforas que prenden en las religiones más significativas de Europa. Parece que el escritor es absorbido por la cultura judía y no cerrará los ojos ante los problemas cotidianos que la ciudad de Praga misteriosamente convoca en sus laberínticas calles. El antisemitismo implícito es el estigma que presenta cada uno de sus personajes asediados por la ilógica sanción que el Padre aplica sobre sus hijos, pues Gregorio Samsa se transformará en uno de esos insectos repulsivos cuyo destino no puede ser otro que ser aniquilado.
La escritura de La metamorfosis es una premonición del exterminio que las dos guerras mundiales lastrarían, una metáfora universal de la desintegración del sujeto que provoca la exclusión étnica y social, un paradigma de la persecución hacia el judío que el fascismo ordenaría dentro de su perversa ortodoxia ideológica.
El hombre insecto es Gregorio Samsa, es Kafka, pero, sobre todo, son aquellos hombres y mujeres, … los niños, cuyos gritos espeluznantes jamás se escucharon mientras eran ejecutados en masa o gaseados en aquellos campos de exterminio, levantados en la frondosidad de los bosques para que no se escuchara nada. Para que nadie sospechase.
¿Quiénes somos en realidad para haberlo soportado?
¿Quiénes somos verdaderamente para resignarnos ante la cultura del homicidio?
¿Quién es Kafka?
Cuando descubrí a Kafka, quedé atrapado en su mundo. Y hasta ahora no he podido, ni deseo escapar. Un abrazo.
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