El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert Ortega |
Sé de familias que se han gastado cuatrocientos euros por hijo en libros de texto para Segundo Curso de Educación Infantil. Hoy he recibido un alumno paquistaní que no sabe español y no hay horas ni profesores para atenderlo. Ayer recibí a dos niños brasileños y a un búlgaro en la misma situación. En Segundo de Bachillerato tengo treinta y siete alumnos. En otro instituto de mi ciudad, hay otra clase de Segundo con cuarenta y dos alumnos que deben recibir una educación de calidad para su Prueba de Acceso a la Universidad. Se han perdido desdobles en los cursos de la ESO y en las clases de Primaria, donde estudian mis hijos, hay ya más de treinta alumnos por aula.
Mediáticamente la reforma educativa propuesta por el ministro Wert se focaliza en la inmersión lingüística y en la asignatura de Religión. Pedagógicamente, la reforma educativa sigue basándose en los preceptos de la LOGSE y su modelo tecnológico no soluciona el problema del modelo de escuela, ni la optatividad, ni los horarios, ni la atención temprana a problemas de aprendizaje, ni la falta de innovación educativa del profesorado.
La reforma educativa, como las anteriores reformas, será una realidad en los nuevos libros de texto que los maestros encargarán, perdidos en un limbo metodológico y burocrático como siempre, a unas editoriales que, desde la LOGSE, no cesan de frotarse las manos con manuales de treinta euros por asignatura. Mañana, Nil y Mustafá seguirán sin profesor de español y los niños de Primero de ESO soportarán once asignaturas en un curso. Lástima de Erasmo.
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