Al principio no fue otra cosa que un juego insaciable. Las cuerdas se colgaban en el vacío y cada uno de lo que reuníamos se secaba. Alguno que gritaba no podía resistirse a la seducción. Los vientos eran ásperos por entonces. Sonaba una trompeta y era devastador el giro de las cosas; cómo me ofrecías tus ojos y yo me contenía. El cielo, sobre todo el cielo, nos enviaba un burning desire. Era excitante comprobar que ese espíritu te hacía gozar. Las lobas se acercaban con parsimonia a oler el rastro de agua que dejabas sobre la hierba.
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