Solamente confío en los escorpiones que profundizan en mi alma. ¿Por qué trajiste aquella rama de laurel al jardín de las Hespérides? No éramos quinceañeros. Amábamos las magnolias, los violines y la inteligencia artificial de algunos insectos alados. No he comido tal cosa en la vida, pero solíamos caer de piedra en piedra, para buscar las sombras y los líquidos. Advertimos que tu compañera de trabajo estaba encerrada en un armario dentro del real manicomio. Quise acompañarla en ese trance y aromatizar el puré de membranas con ese laurel bendecido. No quedaban vegetarianos con los que compartir esa pútrida recompensa. Los manicomios no eran lo que son. Ni los jardines donde morían tantos y tantos poetas.
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