El fuego se propaga por los vestíbulos. Me has echado de menos y al perro que recibió al mismísimo Odiseo. El desierto atraviesa la carretera y los pobladores sin rostro disparan a diestra y siniestra. Alguien nos ha concebido para contemplar los desastres. Reapareces tras el cierre del local y los músicos del otro lado del río no te obedecen. Por esa razón, le has pegado fuego a la cortina blanca y a los violines de madera caduca. En la tapicería de ese diván crece musgo babilónico. Los espejos, menos mal, no te defraudan.
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