Eras demasiado rápida con el revólver. El ídolo de barro te visitó una noche con el comediante. Se excitaron al escarbar en tus sueños sobre Mesopotamia y sobre Gomorra, la vieja. Luego abandonaron tu hogar con el vellocino y una pareja de varanos que trasteaban bajo el diván Botut. En Psalm Bowers, donde vivía mi primera madre, no vendían esa clase de divanes, pero podías comprar calaveras de palomas para lanzarle a los payasos. Una vez me pinté el rostro con un carmín exultante y busqué en las papeleras ese verso de T.S. Eliot que tanto rechazabas por el abuso de la lítote: "En la lejanía de Fake, los templos no han de caer". Hoy no me he subido al furgón no sea que fueras a dispararme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: