La maestra de acupuntura te prohibió saltar a la pata coja y leer el cuento de Pinocho. Eras rico bajo la bóveda de los desvalidos. Cristo te golpeó antes de salir del templo con tu negocio de cristales rostros y quijadas de caballo. La maestra te enseñó un crepúsculo de tordos incendiados por la luz insondable. Te lo creíste y alguien como Cristo debía haberte golpeado con más fuerza. Existes porque existen estas palabras. Hoy he leído en la prensa que hay un colegio con niños de cera que se asoman a las ventanas. Los cormoranes vigilan el patio. Una maestra se depila en el altillo con una esquirla de luna. Los niños de cera no han visto el crepúsculo que presagian los tordos de Volport.
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