Máscara de la esperanza y del desaliento
Mi reflexión en Mundiario sobre la fotografía de Hine.
Una de las obras de Hine |
He visitado por segunda vez la exposición de Hine. Lo que más engrandece sus trabajos no es la inclemencia que reflejan los rostros de niños y obreros, sino los espacios que se repiten como una misma secuencia, un mismo movimiento interior que apremia a los hombres a llegar a Elle Island o a construir el Empire State. Una decadente armonía sobrevive en esa pureza que reflejan miradas ante el objetivo, torsos acunados en el aire, sin miedo al vértigo, a la aniquilación.
Corazones ocupados por la esperanza desean hacer fortuna en la tierra prometida que desgastará sus cuerpos en aras de esa inventiva, de esa ilusión tan fatigosa. Adolescentes con sacas al hombro no dejan de observarme mientras circulo por la sala. El carbón en la piel de sus rostros es la máscara de un rito caníbal que acaba de comenzar en el centro de la ciudad. Hay dignidad en esa pobreza sustancial e inherente de mujeres que miran a la cámara con complicidad, rostros templados, absorbidos por un desaliento incipiente que las aguarda. Anoto matices en mi cabeza. Leo en sus ojos un afán de soberbia, pese a la calamidad que desprenden sus ropas ajadas, que los va minando lentamente, porque no es sincera, es la pose de la impotencia y de la incredulidad; no es la soberbia que sigue a la dignidad, es la soberbia de la enajenación, de saberse extraños al mundo, nada comprometidos con estos tiempos porque el destino los ha zarandeado con demasiada fuerza y no están dispuestos a sobrevivir, sino a soportar su propia existencia desgraciada y, aunque confíen en el futuro, no lo hacen con seguridad. En el fondo, temen que la prosperidad que han aprendido en los salmos para abastecer su corazón domado se cumpla y seguramente se hallen aún más perdidos, mucho más controvertidos con esa nueva vida, llena de satisfacciones.
No sé si advertir, en esa clarividencia de Hine, un lenguaje puro e intransferible, más allá de lo artístico, de lo literario, o un testimonio sin otra ambición que documentarnos sobre unos tiempos a los que quiere atribuir un carácter heroico. La crudeza a veces es tan inverosímil, cuando no se padece algo parecido a lo que sufrieron estos que, junto a sus niños, aquí aparecen, zaheridos, sin compostura, embrutecidos desde el nacimiento, turbados en la imagen que queda sobre la escritura de Hine, inseparables ya de un mundo que el creador toma para sí como propio, tan ajeno ya a lo que sucedió, ahora que descubro que no estuve allí, con ellos, en el hacinamiento de los barcos, esperando ansiosamente que el ladrido de los perros les diera la bienvenida a la bendecida América.
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