He bebido de este cáliz y la pólvora ha quemado mi garganta. Los payasos caen despacio y, en el hule, se ha derramado el cabello de una anfitriona griega. Detrás del telón, la muchacha ática masticaba las falanges de una mano diestra. Los payasos caen despacio y los vientres se hinchan alrededor de esa pieza sublime. Porque una yegua azul es siempre un culto adictivo. Ese cáliz es una ventana al mundo, la más destacada expiación de todas las que he conocido. Y he conocida muchas; la última me concedió el don de lenguas y una anciana irreverente que cantaba como Edith Piaf.
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