Es la espontaneidad de su composición; todo parece que ha acontecido sin previo aviso. Lo cotidiano en la fotografía de William Eggleston es lo universal, un horizonte mínimo, esa franja de neblina que oculta al Todo o su devastación. Los objetos, los detalles, las casualidades inciden en un mundo vibrátil, azaroso, con una armonía que no ha sido impuesta ni adecentada. Permanecen las cosas y nada ha sido extraviado o perjudicado por la presencia del hombre. Son los rastros de lo humano, los materiales desechados, los metales, la intensidad de los colores artificiales sobre las texturas de la materia lo que en Eggleston sobrevive.
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