viernes, 1 de agosto de 2014

Testimonio de vida en La escafandra y la mariposa, de Jean-Dominique Bauby

Mi reseña en Mundiario sobre el libro La escafandra y la mariposa, de Jean-Dominique Bauby.

Fotografía de William Eggleston

   No son pocos los blogs que, a modo de diario, escriben enfermos crónicos, relatando el severo avance de sus patologías. He tenido la oportunidad de leer alguno y es sobrecogedor que la prosa, por muy torpe que sea, encuentre finalmente su forma de expresar la odiosa frustración que los afectados arrostran, recluidos en sus casas, viviendo un silencioso destierro al que no encuentran justificación.

  Vivimos en un mundo donde la muerte y la enfermedad apenas se consideran propias de lo humano, siendo la sensación de juventud eterna lo que prevalece por intereses puramente comerciales. Basta con detenerse en esos morbosos anuncios de cremas y aceites para la piel envejecida. A mis alumnos de Bachillerato recomiendo siempre la lectura de uno de los testimonios más esperanzadores que se han escrito sobre la resistencia a morir. El 8 de diciembre de 1995, el publicista Jean-Dominique Bauby sufre un accidente cardiovascular que paraliza todo su cuerpo. Tan solo puede abrir su ojo izquierdo para ver el mundo que ahora le rodea. Un universo pleno de matices, como si fuera Funes, el memorioso, en una aséptica habitación de hospital. El parpadeo de ese ojo le permite comunicarse y elegir qué letra del abecedario quiere que su enfermera escriba para acabar un libro sobre las reflexiones y vivencias de ese cautiverio.

  Fragmentos de una prosa exquisita, plena de metáforas e imágenes de una inmensa belleza, construyen el mundo imaginado que simboliza el aleteo de una mariposa porque Bauby quiere despojarse de esa escafandra que no le permite regresar a su ociosa realidad. El recuerdo de sus amores de juventud, la relación con sus terapeutas, el último diálogo con su padre antes de sufrir la trombosis y las connotaciones de las imágenes que acompañan su duermevela construyen un espacio narrativo que va más allá de la propia existencia. Lo que existe no es más verosímil que lo que soñamos. Una lección moral sobre la necesidad de escribir acerca de aquello que nunca volverá a ser rozado por las yemas de sus dedos. Un paisaje desolador desde la cama de un hospital que es volatilizado cuando la mariposa agita sus alas y la imaginación sublima esa horrible realidad que lo está martirizando.

  Los incendios que asolan ese paisaje vital que aún le quedaba por habitar son los mismos que inflaman un espíritu de lucha por mantenerse a flote. Consciente de la brevedad de su existencia, no repara en el dolor, sino en ese misterio que la escritura ejerce sobre el ser humano con el fin de que no existan límites que frenen nuestra creatividad. Hemos de demostrarle a los dioses que fuimos creados para declarar que la belleza de todo cuanto nos rodea es una ilusión por la que merece la pena vivir. Es lo que me queda después de releer este legado.

  “Me alejo. Lenta pero inexorablemente. Al igual que en una travesía el marino ve desaparecer la costa donde ha soltado amarras, siento como mi pasado se difumina. Mi antigua vida pervive aún en mí, pero se reduce cada vez más a las cenizas del recuerdo.

  Desde que resido a bordo de mi escafandra, he realizado sin embargo dos viajes relámpago a París, siempre en el ámbito hospitalario, para recabar las opiniones de eminencias del mundo médico. La primera vez me embargó la emoción cuando la ambulancia pasó casualmente por delante del edificio ultramoderno donde antaño ejercía mi culpable tarea de redactor jefe en un famoso semanario femenino. (...) La segunda vez que fui a París, cuatro meses después, me había vuelto casi indiferente. La calle lucía sus galas de julio, pero por lo que a mí respecta seguíamos en invierno y se trataba de un decorado filmado que me proyectaban tras las ventanillas de la ambulancia. En el cine lo llaman una transparencia: el coche del protagonista se abalanza por una carretera que en realidad discurre por una pared del estudio. Las películas de Hitchcock deben gran parte de su poesía al uso de ese procedimiento cuando todavía era imperfecto. (...) los árboles al asalto de las fachadas y un poco de algodón en el cielo azul. No faltaba nada excepto yo. Yo estaba en otra parte”. (págs. 96-99 en La escafrandra y la mariposa, Colección Booket, Barcelona, 2009).

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