Son las pesadillas del canicero. Una enfermedad que me está poseyendo poco a poco y donde los cuchillos son más interesantes que la enjundia de la carne y cualquier amor petrarquesco. Penetras en mi aire y tus brazos se abalanzan sobre mi cola de reptil. Es una osadía compositiva que yo te sirva té antes de afilar la navaja y la sierra de pelo. Mi vida no es la tuya. Y aún podemos celebrar mi cumpleaños antes de la ejecución.
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