viernes, 1 de agosto de 2014

Los vigilantes de la playa, una serie de macizos y Bratzs en el recuerdo

Mi reseña en Mundiario sobre la serie de televisión Los vigilantes de la playa.


   Los bañadores rojos no han vuelto a ser iguales desde entonces. Si la película Tiburón, de Steven Spielberg, nos acojonó a la hora de meternos en la piscina de la urbanización, la serie de Baywatch nos lanzó a ella para que Pamela Anderson, cual sirena vestal que emerge de las aguas seminales, nos regresara. Los veranos ya no son lo mismo. Porque, detrás de esos culebrones sentimentales en los que andaban estos macizos y sus neumáticas colegas, prototipos de una futura Barbie stripper (todo se andará), estaba ese tributo al fitness, a Corporación Dermoestética y al Special K que, después de Jane Fonda, querían formar parte de la cultura americana como la casa de Elvis, los asesinos en serie y los transgénicos de McDonald.

   Las tramas detectivescas, henchidas de un sentimentalismo infantil, eran lo de menos. Lo que importaba de veras eran esas posturas erótico-festivas, (indecorosas, para mí, todo un victoriano), que insinuaban tantas prominencias, ignotas curvas y un elevado índice de masa corporal a cada lado del esternón. Y, aunque la gente de a pie renegaba de Hasselhoff y sus chicas, los índices de audiencia estaban ahí y Antena 3, como la muerte de Chanquete, repetía una y otra vez, por julio y agosto, cada episodio. O sea . Mientras, en la vida real, Pamela Anderson rompía con Tommy Lee y rodaba porno casero, las vírgenes vestales lucían palmito (por no decir otra cosa) en nuestros televisores catódicos, jugaban en la arena, fluyendo entre las olas, corriendo a cámara lenta, sin sudor, maquilladas y con una melena exultante. Eran la metáfora de Venus y todo en su cuerpo era hipérbole del mundo, demonio y carne. Era esa insinuante provocación lo que mantenía al adolescente pegado a la pantalla, aunque, al final, todo fuese puro y casto entre estos tronistas de Mujeres, Hombres y vicevera.

   A veces necesito estas fantasías cuando, la viciada realidad trae a los Pujol y a un jugador de balonmano a mis cavilaciones. Y me pongo de una mala leche. Yo que solamente persigo lo que me hace feliz. Como que me salve Pamela Anderson en esta playa de Torrevieja donde escribo, mientras las olas guardan la belleza insondable de su reflejo. Pero todo es mentira, finalmente. Todo es cirugía.

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