No visites al dentista de la Calle 42. Te inyectará morfina y dejará que el silencio y la pesadilla te sodomicen. Luego, cuando aborrezcas el cuerpo de ese hombre con el que soñarás inexorablemente, querrás que las cuerdas vuelvan a tus juegos con los menhires de plástico. No vuelvas a pedirle ese empaste que tanto placer te produce, pues se arrimará a su banco de iglesia y comenzará a lanzarte bolas de papel. Entretenida en tu delirio, se excitará con el sudor y a él volverán esos poemas de Ted Hugues sobre un oso y una nutria.
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