Te mueves como esa serpiente amarilla que dimos a luz no hace mucho tiempo. Descalzos pies cruzan la hierba húmeda para secuestrar nuestra mirada posesiva. No eres más que esa proyección invertebrada que las sombras envenenan. A ti, leyendo a Faulkner o descansando sobre mi pelvis. Aún me recuerdas a esos árboles grises que cayeron sobre el cuerpo de Marta.
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