Me gustabas con ese corte de pelo. Cuando me servías el café en Diary Lowry, yo ponía los intestinos sobre la mesa. El acero cruzaba el aire y las sogas colgaban de las lámparas. Era todo muy romántico y, cuando te apartabas, aparecían los rinocerontes blancos y yo, sorbiendo el mejunje, cerraba los ojos para recordar la fusta y las heridas en mis pezuñas.
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