Nunca quise que te comieran esos cuervos que anunciaba el supermercado. No hubo remedio antes de vomitar sobre la sierpe. Quería que fueses la mujer ideal, una dona angelicata que me llevara de excursión en un sencillo Nissan. Pero la vida es dura y aquella caída en la loma te rompió en mil pedazos. Y las alimañas casi me devoran cuando quise soldar las piezas de tu cuerpo inmemorial. El crepúsculo se vino abajo y, en la oscuridad, los cuervos electrónicos te devoraron poco a poco. No pude dispararles porque encontré mucho placer en aquella escena. Encendí un fuego y luego oriné sobre las piedras. Tu cuerpo era hermosamente aniquilado como la última luz que me dio cobijo.
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