desolación, muerte y eugenesia
Mi reseña en Mundiario sobre la poesía de Rosalía de Castro.
Fotografía de Philip Lorca diCorcia |
La madurez poética de Rosalía de Castro se define desde esa pureza de estilo que reconcilia sentimientos profundos acerca de la muerte con una concisa expresión de formas y conceptos que nos descubre ese paradójico hallazgo de la creación: la complejidad dentro de la sencillez. Lo que traducido en una metáfora shakesperiana inspira el universo dentro de la cáscara de nuez.
En las orillas del Sar la autora descubre la amarga raíz de un dolor que es lastre a lo largo de la vida y la liberación de esa carga solamente se producirá tras la muerte. Como si morir fuese recuperar ese estado embrionario donde cada estímulo es síntoma de la dicha que nos aguarda tras los umbrales. La muerte como un horizonte de liberación está presente en cada uno de los versos de este poemario que he retomado con el interés de aproximarme nuevamente a ese esplendor crepuscular donde la poesía parece formular respuestas en forma de interrogantes: “No lejos, en soto profundo de robles, en donde el silencio sus alas extiende,/ y da abrigo a los genios propicios,/ a nuestras viviendas y asilos campestres,/ siempre allí, cuando evoco mis sombras/, o las llamo, respóndeme y vienen” (pág.93).
La vida es una mera transición de otra existencia que merece la iluminación de la palabra. La muerte, lejos de las creencias judeocristianas, es una involucración activa en la naturaleza, una conversación serena y apenas traducible entre el yo y las formas que componen el universo. Solamente la sustancia de los nombres, la fragmentación de poemas como composiciones conscientemente inacabadas, el ritmo popular de las cancioncillas y estribillos consiguen sumergirnos en una desolada sensación de inutilidad cuando la vida no es lo vivido, sino lo observable, lo que la naturaleza nos deja en esas orillas que son el mundo a partir de ahora, el mundo después de la extinción de los recuerdos y de todo: “En cada fresco brote, en cada rosa erguida,/ cien gotas de rocío brillan al sol que nace;/ mas él ve que son lágrimas que derraman los tristes/ al fecundar la tierra con su preciosa sangre”(pág. 84).
El panteísmo es la única defensa que solicita la poetisa para pertenecer a esa realidad intuible, pero inalcanzable, un paraíso terremal descrito a través de palabras sutiles y precisas. Porque la sustancia del mundo sobrevive en esa invocación despojada de adjetivos, de ataduras que tienen más que ver con nuestra rutina que con la esperanza de sobrevivir lejos de la luz que parpadea o “corre en la fronda a esconderse”. La muerte es la eugenesia, un regreso a los orígenes donde el ser humano, sin conciencia del sufrimiento, permanece junto a las apariencias de un orden natural visible y tan estimulante para la creación: “Un manso río, una vereda estrecha,/ un campo solitario y un pinar,/ y el viejo puente rústico y sencillo/ completando tan grata soledad” (pág. 77).
Sin duda, después de estos años, En las orillas del Sar sigue siendo uno de los poemarios más insondables, de una pureza exquisita para los que osamos escribir poesía, una invitación a morir con tranquilidad, desafiando al propio dolor, a la nostalgia cuando lo que sobrevive tras la destrucción es la luz del paisaje. No necesitamos más que esa calma y permanecer, sencillamente permanecer. Nada más. Y nada menos.
Los versos citados pertenecen a la cuarta edición de Xesús Alonso Montero en Cátedra. Letras Hispánicas, de 1997.
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