Mi reseña en Mundiario sobre este film escrito y dirigido por Geoffrey Wright.
La película de 1992 Romper Stomper revela con crudeza las truculencias y atropellos que una comunidad neonazi de Melbourne ejecuta con tal de someter al resto de etnias. Sin un gran presupuesto, el trabajo de Wright nos muestra la violencia que se descubre detrás de un grupo de skinheads, cuyo comportamiento se mueve por un instinto de depredación continua, estimulado a su vez por un sentido paranoico que convierte a esta comunidad en una microsociedad endogámica que rechaza la inmigración vietnamita que acaba de llegar a la ciudad australiana a inaugurar sus negocios y restaurantes.
La secuenciación de escenas y espacios es dinámica. Destaca especialmente (y de qué manera) la huida de los skinheads por callejones y suburbios cuando los vietnamitas deciden vengar las últimas palizas recibidas por Hando y sus acólitos. Aquí el trabajo de cámara y el montaje son soberbios, pues la espontaneidad de algunos planos y secuencias enfatiza la verosimilitud de este relato. Romper Stomper es una historia lineal que describe -sin paños calientes- la evolución autodestructiva de los diferentes personajes que integran esta banda hasta un final lleno de tensión y dramatismo a orillas del mar. Sin violencia gratuita, no se puede negar en Wright ese particular homenaje que, dentro del film, hace a La naranja mecánica, de Stanley Kubrick; no solo se comprueba en la acción violenta de los protagonistas, patéticos antihéroes en busca de su propia aniquilación, sino también en los encuadres y en esa visceralidad histriónica que los primeros planos describen en unas facciones desencajadas y envejecidas prematuramente.
Sin duda, la fuerza de la proxémica y de esos rostros enajenados, esculpidos por la ira y el desconcierto, nos acercan desde el primer momento a la raíz del mal que encarna el neonazismo. Como si se tratase de un puñetazo en el estómago, el impacto de algunas imágenes es brutal y necesario para descubrirnos con un realismo feraz el sinsentido de los radicalismos y que la desigualdad social, la falta de afecto y el fracaso educativo pueden alimentar este tipo de conductas.
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