Leíamos a Pessoa en el ático de Roland Dawn y las palomas caían en picado, en una alevosa forma de suicidio que nos cautivaba. Deteníamos nuestra lectura para verlas llover y Sara, que vestía de pantera, lloraba junto al bidon de alquitrán. Los versos de Pessoa no tenían ningún sentido cuando el diluvio de plumas blancas ensuciaba la ciudad y Sara, Sara pantera, nos escrutaba. Entonces yo le daba al botón y el televisor se apagaba.
Foto de David LaChapelle |
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