muñecas chonis y poligoneras para las mocosas de clase media
Mi artículo en Mundiario sobre el imperio de las Bratz.
No sé si fue primero Pamela Anderson o las Bratz, pero mientras el laicismo de la modernidad promueve sus discursos de la igualdad y la tolerancia, la MGA vende a tutiplén unas muñecas de diez pulgadas, con cuerpo anoréxico y facciones botulínicas. Barnizadas como puertas y unos labios que nos recuerdan a la Jolie después de comer wasabi, las Bratz son un imperio y han entrado en todas las casas (como si de Chucky se tratara) para llevarse el corazón ingenuo de nuestras hijas.
La adolescencia ya no tiene otra virtud que parecerse a esa Bratz que integra maravillosamente todas las aspiraciones de esos cirujanos plásticos que viven en Beverly Hills y se hormonan los genitales y el abdomen para conquistar a las hijas de los vecinos. Las Bratz son la consagración de un fenotipo que mutila la inocencia de la comba y del escondite, pues ahora el reto para muchas niñas es la conquista de esa choni sofisticada (válgame Dios, qué oxímoron me ha salido) que triunfará como tronista o con el edredoning en Gran Hermano.
Mientras padres y madres se gastan los cuartos en buenos colegios de paga, en la quinta planta de El Corte Inglés escampan las Bratz con sus ojos felinos y su cintura de avispa para que las niñas vayan aprendiendo que el éxito social pasa por la extirpación de las costillas flotantes. Carten Bryant es un genio porque ha hecho que la poligonera con plataformas sea una cosa fina, una muñeca aparentemente inocente donde se esconde lo peor de esa mujer florero que se resiste a trabajar por vergüenza y porque las uñas de porcelana no soportan el agua fría. Un lujo para los países occidentales, tan luteranos y socialistas al mismo tiempo.
Las Bratz son ese muñeco vudú que se adueña del alma de toda niña pija que espera con ansia entrar en Gandía Shore. El aleteo de sus pestañas postizas provoca un implante de silicona al otro lado del mundo. Es una plaga y ya no hay remedio. Hoy he visto a unas cuantas de esas Bratzs, sentadas en esas heladerías de diseño cool que crecen como setas, con purpurina en sus gomosos labios, apostando a que el próximo bolso de Jimmy Choo no tendrá brillos. Un mundo feliz. Valeria y Olga ya lo han conseguido. Enhorabuena.
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