Tienes miedo a que siga escribiendo sobre esa boda de zombis, que podía ser la nuestra. Tus manos varicosas desmenuzan esos productos lácteos que el supermercado tenía en oferta. Las luces de la esquina parpadean y tú te pareces tanto a Raquel, y esa fragancia de tu pelo es tan artificial, sin embargo, que me dan ganas de vomitar y de retomar la insoportable lectura de algún Pynchon. La gravedad nos ha unido y lamento que me recuerdes a otra mujer que escribe para mí hermosos cuentos de ciervos y de casitas de sacarina. Por cierto, mañana tenemos un entierro.
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